RECUERDOS DE LOS ALUMNOS DE LA CLASE DE 3ÈME 1
RECUERDOS DE INFANCIA 3ÈME1 CURSO 2022-2023
Cuando tenía 5 años empecé a aficionarme a ver un deporte que a casi todo el mundo gusta (el fútbol ). Le dije a mi madre que me gustaba mucho este deporte y me inscribió en un club de fútbol.
Al principio jugaba muy mal porque era la primera vez que hacía deporte. Tenía 2 entrenamientos: el miércoles al acabar del colegio y el sábado.
A veces tenía partido el sábado y mi padre venía a verme jugar.
Una vez, en un partido, un chico vino a hablar conmigo y me dijo que yo era mal jugador y debía dejar ese deporte. Yo era pequeño y estaba muy triste.
Pero el karma existe....
Después de este partido tengo trabajé, trabajé y trabaje para mejorar...
Dos años más tarde me reencontré con aquel o jugador en un partido , durante el cual, le metí un gol y nuestro equipo venció .
Esta es la prueba de que si quieres conseguir un objetivo , solo esforzándote lo lograrás.
SANDRO BARET

Fue en el patio de una escuela en Francia. Tenía más o menos 6 años y estaba en “grande section”. En el patio de la escuela había plantaciones con tierra para actividades de jardinería. Como teníamos las manos manchadas de tierra, nos fuimos a lavarnos las manos un amigo y yo.
Habíamos
empezado a lavarnos las manos ; me puse jabón y cuando mi amigo estaba a punto
de ponérselo, se detuvo y vio sobre el embalaje plástico del jabón, un pequeño
símbolo que decía que el producto era inflamable : se parecía a una llama de
color rojo . Pero mi amigo y yo a
nuestros 6 años, no sabíamos lo que significaba y tuvimos un ataque de pánico.
Y mi amigo dijo que creía que mis manos se iban a inflamar. Enseguida puse mis
manos bajo el agua y me dijo que si corría bastante rápido, podía ser que no
pasase nada pero si no,al día siguiente mis manos se iban a inflamar. Me lo creí TODO y no
pudeormir aquella noche.
“ No te quites los zapatos antes de llegar al río… Tal vez hay un puente ”.
Veranos en
Córcega
Éste es un recuerdo de mi infancia en Córcega, sitio al cual sigo yendo aún cada año. Os
hablaré de un día en particular que aún guardo en mi
memoria.
Si me acuerdo bien,
yo tenía unos 10 años y viajaba desde España en avión. Mi destinación era
Córcega, una isla preciosa en la cual tengo una casa que está bastante cerca
del mar.
Cada verano voy allí con mi familia y me reencuentro con mis
amigos a los que ya conozco
desde hace largo tiempo y que me caen muy bien. Os explicare cómo
sucedió el
encuentro.
Fue un día de los de siempre, con
calor, con el agua cristalina y cálida, con la arena suave.
Era un día no muy nublado con
poco viento. Estábamos mis hermanos y yo jugando con
unas tablas de surf de plástico.
Jugábamos con las pequeñas olas.
Pero entonces cuando ya queríamos volver a nuestra casa de repente
vinieron tres chicos uno de mi edad otro de
8 años y otro de 6. Nos preguntaron entonces si podían jugar con
nosotros, y dijimos que sí para poder
divertirnos un poco más.
Cogieron nuestras planchas y
comenzamos a jugar, luego fuimos con
ellos a comer algo porque ya era la hora de la merienda.
Pero entonces cuando tuvimos que irnos, para volver a casa,
nos dijeron que al día siguiente volverían de
nuevo a esa misma playa y que así podríamos vernos al día siguiente. Y
así fue durante todas las vacaciones.
Desde entonces nuestra amistad
sigue en pie, seguimos yendo siempre al mismo lugar
donde nos encontramos y seguimos
disfrutando de las vacaciones juntos. Este año ya
llevaremos 4 años de amistad. Ahora, cada vez que veo el mar siempre me acuerdo de la preciosa isla y mantengo las ganas de volver cada año.
EDUARD
BOETA
De pequeña era muy feliz, pero uno de mis mejores recuerdos es la navidad del año 2018. Esta Navidad sería diferente de las otras porque siempre nos quedábamos en Navidad en casa y para año nuevo nos íbamos a otro país : Hong Kong , Países Bajos o a otra región de España, como Madrid,...
Como decía, era diferentes de las otras Navidades porque a principios de diciembre mis dos tíos por parte materna, que viven en Colombia, vinieron a visitarnos.
Después
ellos regresaron el 17 a Colombia, y yo me puse muy triste porque no los vería
más hasta el verano siguiente (el verano de 2019). Mi madre tuvo la gran idea
de que fuéramos por Navidad a Colombia por sorpresa.
Yo sentí felicidad porque a mi me encantaba estar allí y ver a mi perrita Siouxie y a mi prima Sofía, éramos tan inseparables que nos decían que parecíamos siamesas. Y también ver a toda mi familia,me hacía sentir muy feliz. Hicimos las maletas y nos fuimos “en secreto” hasta Colombia sin que nadie supiera que íbamos.
Pasamos tan bien las vacaciones que desde entonces es una tradición ir por Navidad a Colombia aunque también vayamos en las vacaciones de verano.
IMPACIENCIA
Cuando tenía 9 años ya jugaba al
basquet. Jugaba en mi ciudad Rueil Malmaison, en Francia.
Un día, un sábado, creo, era día
de partido. Mi equipo jugaba fuera , contra un equipo de la ciudad vecina.
Era mi primer partido. Estaba
estresado.
El partido empezó y nadie conseguía ganar con más de 5 puntos de
diferencia.
Yo todavía no había metido canasta. Me acuerdo que estaba triste pero que
daba todo lo que tenía para ayudar.
Cuando quedaban 30 segundos, conseguí
recuperar un rebote, empecé a botar y a correr a la canasta. En ese momento lancé
la pelota. Toda la gente miraba, los padres de los compañeros de mi equipo
querían que entrase la pelota y…
finalmente entró.
El peor recuerdo de mi vida empieza realmente ahora. Cuando la pelota
entró era la primera canasta de mi vida y como había jugado antes a fútbol empecé a celebrar y el jugador que
tenía que defender empezó a correr, pero yo no lo vi, porque había cometido el error de celebrar.
Le pasaron la pelota, metió una canasta en el último segundo y ganaron el partido por mi
culpa. Esta experiencia quedó en mi memoria hasta ahora. Cuando era más pequeño,
cuando lo recordaba quería llorar.
Lo bueno de esta experiencia es que al final me enseñó a dar todo lo que
tengo hasta el final, y no pararme ni un
segundo antes de que acabe.
De esta experiencia aprendí la
PACIENCIA y que ser impaciente puede tener consecuencias.
PERDIDO
Un cálido día de verano, íbamos mi madre, mi
hermana y yo a comprar algo, por la tarde, al supermercado que hay al lado de mi casa.
Recuerdo que me lo estaba pasando muy bien y que iba muy rápido, también recuerdo que mi madre me avisó varias veces que no tenía que ir tan lejos de ellas porque quería poder verme. Al cabo de un gran momento de felicidad me giré para verificar que mi madre y mi hermana me seguían y entonces me di cuenta de que no estaban.
Corrí hacia ella con todas mis fuerzas y la abracé. Poco después llegó mi madre preocupadísima, me riñó y me abrazó fuertemente contra ella.
UN
VIAJE CASI PERFECTO
Un día, cuando iba a Montserrat para pasar el fin de semana con un grupo de amigos, quedamos en la estación de Sants y cogimos el ferrocarril hasta Montserrat.
Cuando llegamos, mis
amigos bajaron del ferrocarril y cogieron las maletas. Fui el último en pasar las maletas a los demás.
Cuando todas las maletas estaban con mis
amigos, fuera del ferrocarril, cogí mi
maleta y justo cuando me iba a bajar, las puertas se cerraron delante de mí. El
ferrocarril partió hacia su nuevo
destino.
Vi que mi grupo se
alejaba a medida que el tren avanzaba. Me asusté un poco porque estaba solo en un tren, un lugar
desconocido para mí, donde todo el mundo hablaba español y catalán, y... ¡yo sólo hablaba francés!
Entré en pánico, pero en
ese pánico me reí de lo inesperada que era mi aventura.
Busqué mi teléfono en la mochila durante mucho tiempo y
llamé a un amigo mío.
Recibí muchas llamadas porque estábamos buscando una solución. Una
persona del ferrocarril me habló pero no pude entender lo que decía porque él hablaba español y yo
no. Sólo entendí que me decía la dirección del otro ferrocarril para volver a Montserrat.
En ese momento mi amigo me llamó y me habló
del padre de otro amigo que también
venía para pasar el fin de semana. Venía
en coche y me iba a recoger para volver a
Montserrat. Me envió su número de teléfono. Cuando llegué a la estación,
me bajé y salí .
Envié mi ubicación al
padre de mi amigo y esperé, esperé, esperé. Unos quince o treinta minutos después, vi llegar el coche esperado. Me
sentí feliz y aliviado. Todo salió bien y mi fin de semana fue estupendo.
Esta historia me enseñó
que cuando alguien necesita ayuda, siempre hay alguien cercano que puede ayudar ( mi amigo y el padre de mi amigo) y que
ayudar que lo necesita esa ayuda es lo más fantástico que se puede hacer.
AUGUSTE DE POMPERY
Una ecuación sin resolver
El año pasado, en el segundo
trimestre de 4ème, tuve un examen de matemáticas que me salió muy mal. Tuve un 9/20. Y a mí, una
persona que normalmente tiene bastantes buenas notas, me sorprendió. Aunque sabía por qué
saqué una mala nota: no había revisado la
semana anterior. Pero, mis años precedentes en la escuela, nunca tuve
que revisar antes de un examen para
sacar buenas notas.
A mis padres, habitualmente no les importaba
realmente qué notas tenía, pero cuando mi
padre descubrió mi nota, decidí pasar una hora del domingo para aprenderme el
tema que no había entendido. Me dijo
que era algo realmente importante para el resto de mis años en la escuela, y que si no la entendía tendría
problemas y un retraso en los cursos siguientes.
Temía la llegada de ese domingo, y cada día que se acercaba, me sentía peor… Finalmente el día había llegado. Mi padre se puso a mi lado en la mesa del salón. Me había pedido ver mi libreta, para ver exactamente lo que habíamos estado trabajando. Primer problema: la manera en la que él había aprendido todo eso era completamente diferente a la mía.
Él me iba explicando cada parte del examen, yo no entendía
nada. Me dio ejercicios con problemas similares, no me salió bien ninguno,
porque no entendía lo que estaba
diciendo.
Durante 2 horas mi padre intentó
explicarlo, pero al cabo de un tiempo,
él se frustró porque yo no entendía, y
yo porque no me lo estaba explicando claramente.
Él se puso a gritar a cada
ejercicio, yo me sentía tan incómodo que
no podía escuchar lo que estaba
diciendo, después de un rato no podía más, me levanté y me fui a mi cuarto. Yo no había aprendido nada, y mi
padre y yo casi no nos hablamos en varios días...
Ambos estábamos motivados para
hacer avanzar las cosas, pero aquel intento de
acercarnos, paradójicamente nos alejó aún más.
De alguna manera siento que ambos
lo sabemos, y no sentimos la necesidad de hablar
de ello, y supongo que ambos
confiamos en que el tiempo hará su trabajo, sin volver a
mencionarlo.
Hasta que compartí con mi padre
que teníamos que escribir sobre un evento de
nuestra infancia en clase de español, y casualmente mencioné que elegí nuestro encuentro matemático...
A veces comunicarnos y entendernos con las personas a las que más queremos, no es fácil. A pesar de ello, merece la pena seguir intentándolo .
LEON DUCHATELET
EL
MEJOR REGALO
Uno de mis grandes
sueños, desde pequeña, era ir a Nueva York. Cuando tenía 9 años, mi madre me
prometió que sería una experiencia que
viviríamos juntas, ella y yo solas, cuando cumpliera 15 años.
En Sant Jordi de este
año, sin que yo lo esperara, mi madre me dio la gran noticia de que en menos de
3 meses nos íbamos a Nueva York. ¡Iba a
cumplir mi sueño! Sentí una gran emoción, no podía contener las lágrimas, no me lo podía creer.
Después de 3 meses de
larga espera y muchos nervios llegó el día de irnos. Me desperté a las 7 de la
mañana, acompañé a mi hermano al
colegio, acabé de preparar la maleta y llegó el taxi para llevarnos al
aeropuerto.
Unas horas más tarde
aterrizamos en el JFK, mi sueño se estaba haciendo realidad y me sentía muy
feliz.
Durante los 5 días que
estuvimos en esta gran ciudad, visitamos distintas zonas, especialmente
Manhattan, rascacielos y museos como el de Historia Natural o el Museo
Metropolitan, pero, sobre todo disfruté, el tiempo a solas con mi madre, tiempo
que a veces es difícil encontrar en el día a día.
El primer día, mi madre
me dijo que yo me encargaría de hacer de guía por la ciudad, incluso en el
metro, y así fue. Esto me ha dado mucha
confianza para moverme, si fuera necesario, por una ciudad que no conozca yo sola.
Tras 5 días muy intensos
y una noche sin dormir, llegamos a Barcelona. Estaba muy cansada pero llena de nuevos recuerdos y me sentía muy feliz.
Este viaje, además de ser
un sueño cumplido, me ha enseñado, por un lado, un tema práctico : desplazarme
por una ciudad desconocida con
confianza, y también dos cosas mucho más importantes, la primera que las promesas se han de cumplir y la segunda, y
más importante: que lo importante del viaje es con quién lo compartes, el
tiempo que pasas con esa persona y los
recuerdos que ya no se olvidan.
CRISTINA FLAQUER
UN
GRAN CAMBIO
“Las especies que
sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes;
sino aquellas que se adaptan mejor al
cambio” dijo Charles Darwin.
Eso significa que una
persona no cambia sola, sino por su entorno. Quizás parezca muy radical, pero
de alguna manera, es lo que me ha pasado.
Tengo 14 años, y aunque no sean muchos, se podría decir que no soy la
misma que antes. A lo largo de mi vida, me he equivocado, he
rectificado, y luego aprendido. Es un ciclo por el que debemos pasar todos si queremos evolucionar para bien.
Aún así, cuando era más
pequeña, era diferente, muy diferente. A continuación voy a explicar lo que pasó.
Como indudablemente
sabréis, hace casi tres años una pandemia afectó a todo el globo terrestre, sin excepción. Esta pandemia se llevó consigo
innumerables alegrías, arrastró millones de vidas y afectó psicológicamente al planeta entero.
El 13 de marzo de 2020
era el día de mi cumpleaños, y una amiga nuestra había venido a pasar aquel primer viernes de clases a distancia con mi
hermana y conmigo. Había sido un buen día. Por la noche vinieron sus padres, y mi hermana y yo soplamos las
velas. Después de la cena, como sabíamos que el mundo estaba en pandemia, decidimos encender el televisor
para informarnos de eventuales novedades. De repente, el presentador anunció que a partir del sábado
14, nadie podría salir de sus casas sin justificación hasta nuevo aviso; era el principio del confinamiento. En
ese momento todo se volvió gris; no entendía muy bien. O en realidad sí, el
problema era que no lo aceptaba.
Mi amiga y sus padres se
marcharon a sus casas y así acabó el día de mi duodécimo cumpleaños; un día bastante melancólico. Así pues, ese fue
probablemente el peor cumpleaños de mis pocos años de vida, del que solo recuerdo imágenes de color gris.
Durante la etapa del
confinamiento, mi vida era muy rutinaria y un tanto triste; me despertaba
cuando mi padre se había ido, y pasaba
el resto del día principalmente delante del ordenador. O debería decir “con”,
ya que se podría considerar mi mejor
amigo de aquel entonces. En pocos días aprendí muchas cosas como poner la lavadora, el lavavajillas, tender la ropa en
un tiempo récord, y junto con mi hermana mayor nos convertimos en las chefs particulares de la familia.
No solo aprendí las
tareas domésticas, aprendí también algo muy diferente; cómo es la vida de
verdad. Experimenté uno de los peores sentimientos: la soledad.
Antes del confinamiento
yo era una niña de once años, bastante dulce y muy feliz, y cuando salí de él, había madurado. Durante el
confinamiento aprendí cómo las cosas pueden cambiar de un momento a otro, aprendí la verdadera paciencia,
aprendí lo que son las inseguridades. En conclusión; desperté al mundo tal y como lo veo hoy.
Mila Flores
LA PERSEVERANCIA
Cuando era más pequeña, tenía muchas dificultades en el trabajo para aprender a leer y a escribir. Mi padre y mi madre estaban muy preocupados por el futuro y en CE1 tenía una ortofonista para intentar averiguar cuál era mi “problema”. Después de medio mes, me diagnosticaron una dislexia muy fuerte. En CM1, los problemas se intensificaban y en CM2 decidieron que iba a trabajar con una ayudante. Al inicio, no me sentía cómoda con la ayudante porque veía que los otros alumnos eran autónomos y “normales”, pero con los años me sentí cada vez mejor sin juzgarme a mí misma. Con todo esto, he recibido y todavía recibo mucha ayuda de parte de los profesores, la escuela y mi familia. Hoy, tengo mucho menos problemas que antes pero sigo luchando por mejorar cada vez más. Vivir con la dislexia es difícil pero con perseverancia siempre lo consigues superar.
MÉLINE IMFELD
Las consecuencias de mis actos
Cuando
tenía tres años más o menos, y vivíamos en Francia, en algún momento del año mi
madre estaba en un congreso en Alemania.
Yo
estaba con mi padre en nuestro piso. Teníamos que coger el tren para ir a ver a mi madre. Poco tiempo
antes de que fuera al congreso, mi madre había comprado abrigos para mí, éstos estaban tendidos en el
tendedero del salón. Mientras mi padre acababa de prepararse y de coger las últimas cosas, yo
me puse a pintar con rotuladores todos los abrigos nuevos, que, en mi imaginación, eran blancos para
poder pintarlos mejor.
Supongo
que en ese momento me sentía orgullosa de mi obra de arte, pero mi padre no
parecía sentir lo mismo cuando lo vio.
Íbamos tarde, como muchas otras veces, y por
lo tanto mi padre no tenía tiempo de volver a
lavar los abrigos y los puso tal cual en la maleta.
Afortunadamente, mi madre es muy previsora y
había comprado rotuladores lavables, con lo cual, cuando lo lavamos los abrigos en Alemania, toda la tinta salió
muy fácilmente.
Ahora
lo recordamos como una anécdota
graciosa, pero en su momento, por culpa mía casi perdemos el tren, porque ¡lo conseguimos coger sólo diez
segundos antes de que se fuera!
En
conclusión, diría que años más tarde, me río mucho de lo que hice aquel día,
pero sobre todo me di cuenta de lo
importante que fue la previsión de mi madre porque gracias a ella, pudimos
afrontar el problema de los abrigos
pintados, pero también es muy útil para lo cotidiano, porque si
eres previsor/a, puedes evitar muchos
problemas. El ejemplo que me dio a seguir mi madre ese día me
ha sido muy útil ya que gracias a la
previsión me he podido ahorrar numerosos problemas. Puedo decir que esta experiencia vivida me ha sido realmente
provechosa.
Nathalie
Lambert Moreno
LO CONSEGUÍ
Para llegar desde mi casa hasta el parque, como muchos niños de mi edad, iba en bicicleta con ruedines. Mi hermano pequeño iba en su patinete y a menudo nos divertíamos juntos corriendo alrededor del lago con nuestros amigos…
Pero siempre me acordaré de aquel día tan especial para mi familia y para mí. Todos estábamos disfrutando del buen día que hacía, y de pronto mi padre me preguntó cuándo iba a ir en bicicleta como una “niña mayor”, lo que implicaba que un día me tendrían que quitar las ruedas traseras de mi bicicleta.
Yo, que nunca había ido sin mis ruedas traseras, respondí con firmeza que no quería quitarlas, ya que tenía miedo de caerme. Sin embargo, mis padres me dijeron que algún día lo tendría que intentar.
Fue entonces cuando a pesar de mi negativa, mi padre me las quitó y ya no tenía elección si quería seguir divirtiéndome con mi bicicleta…
Decidí probar. Intenté mantener el equilibrio, pero me caí y así sucesivas veces. A pesar de ello, gracias al ánimo de mis padres, decidí levantarme y volver a probar una y otra vez. Y en una de estas veces llegó el momento más especial, puse mis pies en los pedales…
¡Lo conseguí! Contentísima de haberlo conseguido fue cuando me di cuenta de que no importa las veces que te caigas, lo importante es levantarse y volverlo a intentar.
Para conseguir algo hay
que intentarlo varias veces y no dejarse vencer por el miedo.
SHANI .L.M
LA AVISPA
Era un día de verano de 2019 y con mi familia nos fuimos a nuestra casa de vacaciones al lado de Carcasona para el bautizo de mis hermanos pequeños, que era al día siguiente. Además habíamos invitado a mis abuelos y mis primos y lo pasamos muy bien.
Pero,
esa mañana, más o menos a las 11, cuando mi abuelo estaba nadando en la
piscina, una avispa le picó en la mano.
Hay que saber que mi abuelo es muy alérgico a las avispas y sin ayuda de los médicos o de los bomberos puede morir en 30
minutos.
Lo
sabía antes de ocurrir esto pero no me daba
cuenta de que podía ser tan peligroso. Salió del agua y se dirigió hacia la
terraza mientras mi abuela estaba
buscando las inyecciones de adrenalina.
Mi abuelo se inyectó la adrenalina normalmente, pero habíamos olvidado llamar a
los bomberos. Mi madre los llamó y todos nos
dirigimos hasta el portal de la casa para esperarlos. Desgraciadamente,
ese día, había atascos.
Toda la
familia estaba llorando y los minutos pasaban como horas. Y, al cabo de
unos 15 minutos, la ambulancia llegó y
los médicos salieron corriendo hasta mi abuelo, que, mientras llegaba la ambulancia, estaba empezando a tener muchos
problemas para respirar .No pude ver el
resto de la intervención de los bomberos porque mi tía nos dijo que fuéramos a
casa para mirar la televisión.
Finalmente, mi abuelo sobrevivió y pudo asistir al bautizo de mis hermanos.
Hasta
ahora, mi abuelo ha sufrido picaduras en 2 ocasiones más (una de las dos yo estaba con él) y sigue
una cura de desensibilización.
Este evento me hizo comprender lo que era la muerte y que la vida no es eterna.
STANISLAS LEGOIS
Superando la enfermedad
Un día, cuando tenía cuatro años, empecé a sentirme muy mal y no mejoraba. Mis padres me llevaron al CAP y allí estuve casi dos horas, pero, como no mejoraba, me llevaron al hospital donde me ingresaron. En el viaje para llegar allí fuimos en ambulancia y ese día había un partido muy importante del Barça así que estuvimos en atascos y yo oía a la ambulancia pitar y todos los coches pitando entre ellos así que no paraba de llorar. Cuando por fin llegamos al hospital, me instalaron en una habitación y me hicieron todo tipo de pruebas para saber lo que tenía pero no encontraron nada. Estuve allí dos semanas , no comía casi nada y lo único que hice fue mirar la tele y hacer puzles , esperando a que diagnosticaran lo que tenía. Todo ese tiempo mi familia estuvo apoyándome e incluso vino mi familia de Ibiza por mi “cumple” ya que lo pasé en el hospital. Aunque lo intentaron esconder, vi que mis abuelos lloraban mucho y dormían conmigo para no dejarme solo. Después de dos largas semanas de pruebas para ver lo que tenía me sentí mejor, aunque no supieran lo que tenía, así que me fui sin que hubieran podido diagnosticar cuál era mi dolencia. Después de eso nunca he vuelto a oír algo sobre ese tema y nunca nadie ha sabido lo que tuve, pero tampoco necesito saberlo. Ahora eso solo quedó como una experiencia que conseguí superar y me hizo más fuerte ya que como dicen “lo que no te mata te vuelve más fuerte”.
Guillem
Montserrat
NO TE RINDAS
Cuando era pequeño me fui con mi padre en bicicleta, pasábamos por un bosque. Todo iba bien hasta el momento en el cual me caí. Tenía sangre en las manos y en la punta de mi nariz. A partir de este momento en el cual me había hecho daño tenía un “trauma” no podía subir más en una bicicleta.
Durante 2 o 3 años no
toqué más una bicicleta.
Pero un día mi tía me
convenció para salir con ella en bicicleta, en este paseo caí muchas veces, caía
pero me levantaba y continuaba.
Al día siguiente ya sabía de nuevo bicicleta, bueno ya sabía hacerlo pero me faltaba confianza. Pedí a mi tía salir con la bicicleta.Pienso que sin ella no habría podido vencer mi miedo y tener la felicidad de llegar a vencerlo. Este aprendizaje de la bicicleta me enseñó que si tienes miedo tienes que vencerlo y continuar sin rendirte.
Llegó el momento, estaba nervioso, tenía miedo, intenté tener la mente en blanco, cuando de repente los vagones arrancaron. Vi el cielo azul mientras subía por la montaña, y en el siguiente pestañeo, ya estaba casi abajo otra vez. Luego me desabroché el cinturón y fui a la salida. M e sentía valiente por haberlo hecho solo con 9 años. Me tranquilicé un poco y continuamos el resto del día subiendo a diferentes atracciones y disfrutando de ese magnífico día. Desde ese día, me di cuenta de que el miedo puede privarnos de inolvidables experiencias
ISAAC RASOLOMANANA
UNA
EXTRAÑA SORPRESA
Hace muchos años fuimos
a Francia a casa de mis tíos en Mont Vuillot.
Mis tíos Elizabeth y
Marc, montaron hace años una casa taller en la que construían órganos musicales
para catedrales, y les empezaron a pedir órganos para catedrales de todo el
mundo.
Cuando fuimos las
Navidades en que yo tenía 10 años,
tenían un órgano en construcción en el taller. El taller se encontraba en el
centro de la casa, y se veía desde todas las estancias de la vivienda, de
manera que mientras se comía, se podía ver el avance de la fabricación,
mientras se estaba en el salón también, mientras se miraba la tele también.
Uno de los días en los
que estábamos ahí, ocurrió algo muy extraño. El órgano, que estaba en
construcción en ese momento, era un órgano para una catedral de Tokio, y se
encontraba casi finalizado. Estos órganos están construidos con una estructura
de madera y tuberías hechas en acero, todo ello visible desde el exterior. Se
montan y desmontan enteros en el taller y luego se montan en el lugar donde
deberá ir finalmente.
Pues bien, una noche
nos fuimos a dormir, con el órgano prácticamente acabado, y la mañana
siguiente, el órgano había desaparecido, no quedaba ni rastro de él, se habían
llevado hasta los planos que se dibujan para su fabricación. Yo me desperté con un grito de sorpresa de mi
tío al ver que había desaparecido. Ese órgano, era un trabajo de más de un año,
y no podía entender cómo podía haber desaparecido. Después de unas horas de
desconcierto recibió una llamada conforme lo habían ido a recoger para su
transporte, algo que mi tío había olvidado por completo.
Al final, lo que
parecía iba a ser un problema inmenso, se convirtió en un susto, y por la
noche, lo celebramos con una copiosa cena.
Esta curiosa experiencia me enseñó que ante
los imprevistos, lo primero que se debe hacer es pensar y analizar la situación.
ALEXA TORTOSA
RECUERDOS DE LOS
ALUMNOS DE LA
CLASE DE 3ÈME 7
La ruta más difícil
Era verano, un día soleado y caluroso. Ninguna nube tapaba el
radiante cielo azul. Azul como mis sueños y mi sonrisa de niña.
Ese día, mis padres decidieron hacer una ruta para llegar
al lago de la sirena azul, como le llamaba yo. Le llamaba así ya que en el
fondo del agua había unas algas azuladas que me recordaban al pelo de un “ser
de agua”. Ya habíamos ido a ese lago varias veces pero nunca por el mismo camino, por lo que ir
hasta ahí era siempre una nueva aventura.
Con mis padres
teníamos una sola regla: nunca ir por la misma ruta. Yo nunca entendí el
porqué, pero mis padres solo me contestaban con un: “Ya lo averiguarás”.
El camino era fácil y bonito, lleno de mariposas y flores,
principalmente azules. Recuerdo quejarme por lo aburrido que se me hacía el trayecto.
Mi madre me respondía diciendo que disfrutara del bosque y de sus secretos.
Mientras caminábamos, mi padre siempre cantaba la misma
canción sobre el pájaro azul que aprendía a volar a pesar de todas las
dificultades. “El pequeño pájaro echó a volar, abriendo sus grandes alas azules
mientras soñaba con más…”. Esa era mi parte favorita de la canción. Siempre me
imaginaba las grandes alas azules del pájaro sobrevolando la montaña más alta.
Para mí, cada paso significaba vivir más, significaba estar más cerca de
aprender a volar y poder, por fin, abrir mis alas azules.
Lo que yo no sabía, es que ese fácil paseo se acabaría rápido. Llegamos a un
punto en el que delante se levantaba un gran muro. Mi madre sin pensárselo dos
veces subió, rápido y veloz. Vino entonces el turno de mi padre. En un abrir y
cerrar de ojos, él también se encontraba en la cima. Era mi turno: miré hacia
varios lados buscando algo que me facilitara la subida, pero lo único que había
era un camino que ya conocía, y yo no iba a romper la regla. Busqué un buen
apoyo y empecé a escalar. De golpe sentí mi mano resbalar y mi cuerpo aterrizar
en el suelo: me había caído. Mis rodillas estaban sangrando, pero no era
excusa. Volví a buscar el punto de apoyo y ahora que sabía mis errores, pude
llegar con más facilidad hasta mis padres. Ellos me abrazaron y me felicitaron.
Yo solo sonreí.
Miré a mi alrededor: la paz que me transmitieron las vistas
se quedó para siempre en mi memoria. Todos los ríos, lagos y bosques, todo en
perfecta harmonía.
Lou Álvarez 3º7
Todos los años voy a esquiar con mis primos de Francia. Nos
alojamos en un albergue de esquí durante una semana, vamos allí cada mes de febrero. Este
albergue estaba situado en medio de “la nada”, el pueblo más cercano
estaba a unos 10 minutos en coche. Y yo había convencido a los adultos para
tener un cuarto para mí solo. La habitación se situaba en la primera planta. En
realidad era un garaje transformado en cuarto y seguía existiendo la puerta del
parking. La casa tenía 3 pisos: el primero con mi habitación y la entrada, el
segundo con el salón, la cocina y el comedor y el tercero era donde estaban todos los otros cuartos.
Yo estaba feliz y podía hacer “mi vida”, me despertaba,
miraba el móvil y después iba a encontrar a los demás en el salón.
La última tarde volviendo de esquiar, mis primos que eran
más mayores que yo, convencieron a los padres de ver una “peli” de miedo con el
argumento de que era nuestro último día,
y que después no tendríamos miedo en nuestras casas.
El problema es que yo soy muy sensible con las películas de
miedo. Así que apenas empezaba la película me tapaba los ojos y me escondía.
Pero no me quería ir porque si no mis primos se hubieran reído de mí y me
hubieran llamado cobarde.
Al cabo de dos horas, que para mí me habían parecido cinco,
se acabó la película, nos fuimos todos a la cama. Me dormí y al cabo de dos
horas me volví a despertar completamente bañado en sudor como cuando tienes una
pesadilla pero no me acordaba de nada.
Fui a beber un vaso de agua, pero con miedo, y un
presentimiento extraño. Sabía que era mi mente y que no hubiera tenido que
mirar esa película de terror pero eso ya era pasado.
Cuando volví a mi habitación no me sentía seguro , sentía como
si hubiera alguien. Muriéndome de miedo, me metí en la cama. Y cuando estaba a
punto de dormirme después de unos largos 45 minutos, oí un ruido, como si
diesen golpes a la puerta del parking.
Salí rápido de mi cuarto y subí las escaleras hasta las
habitaciones para despertar a mi madre. Visto así diríamos que es un poco
exagerado pero lo que estaba viviendo era un horror. Mi madre me dijo que era
la última noche y que me fuera a dormir porque solo eran las 3 de la madrugada.
No tenía opción, estaba obligado a volver a mi habitación.
Una vez dentro, lo primero que hice fue encender todas las
luces del cuarto. Me tumbé sobre la cama y miré la puerta del parking fijamente.
Escuchaba cada sonido, cada vibración. Cuando por fin amaneció, y escuché a los
demás en el salón desayunando me sentí salvado como si me hubieran rescatado de
un naufragio. Nos fuimos y durante las
dos semanas posteriores casi no pude dormir por culpa de aquella
película .
De esa experiencia aprendí dos cosas: las películas de terror no están hechas para
mí y que
DIEGO BONIL
La importancia de la amistad
Hace bastante
tiempo, cuando iba a Maternelle, tenía una vida “normal”. Tenía amigos y una
vida social como
la de cualquier otra persona. Cuando terminé la Maternelle y tuve que ir a Primaria, salté un curso y fui a un grupo distinto al que habían ido mis amigos. Aunque
en el primer año de Primaria fui a una clase que mezclaba alumnos de ambos
cursos, el año siguiente me separé de
mis amigos y no volví a verlos. Estuve solo y sin amigos durante tres años, lo
que
hizo que me
quedara en una esquina del patio sin nadie con quien jugar.
Durante estos
tres cursos, empecé a estar acostumbrado a la esquina del patio, en la que
pasaba el tiempo pensando en matemáticas
(me gustaba particularmente ver que, cada vez que dividía un número entre 2, el número se hacía más pequeño pero no llegaba
nunca a ser 0).
Cuando llegué a
6ème, reflexioné sobre mi vida y me di
cuenta de que era más feliz en Maternelle con amigos que en Primaria.
Por culpa de la
pandemia, no pude volver tardé algún tiempo en volver a tener amigos, pero he
descubierto que la vida social es importante y que
soy más feliz con amigos que sin ellos
MARC BRU
La dichosa “aventura”
Hace unos
años, cuando era más una niña , me pasó
algo que cambió de alguna forma mi manera
de ver la vida.
Estábamos en Francia con mi familia: mi padre, mi madre, mi hermana y yo. Decidimos, como estábamos en la naturaleza alpina, ir a caminar por el bosque. Ese día el sol brillaba muy fuertemente y el cielo estaba azul. Era verano. Salimos relativamente temprano, con las botas de caminar, las chaquetas por si acaso, la comida y el agua en las mochilas.
Estuvimos caminando un buen rato, y todo iba bien. Recuerdo que la humedad del bosque refrescaba el ambiente pesado; todo parecía tranquilo.
Llegados al destino: un mirador que nos ofrecía una bonita vista sobre un lago: Le Lac d’Allos, nos paramos para comer: ya era mediodía y todos teníamos hambre. La comida después de la caminata nos sentó bien y decidimos que ya era hora de volver. Nos perdimos. Mi padre, que iba delante, se había equivocado de camino y yo iba quejándome y haciendo comentarios de que pasaría horas allí, en el bosque, con mi familia, para volver por fin al coche e ir, finalmente a dormir.
La verdad es que en dos horas, con un poco de “aventura”-como la llama mi padre- encontramos finalmente el sendero. Pero ya había oscurecido; y a mí la historia no me había agradado en absoluto: me sentía casi traicionada por mi padre, que se había equivocado de camino.
En su momento le guardé rencor, pero tras los años que han transcurrido, he de admitir que la dichosa “aventura” fue muy graciosa y perderse en el bosque de esta forma no es tan grave.
Me he dado cuenta de que aunque nos perdamos, en la vida siempre se puede aprender y disfrutar de las experiencias inesperadas que se presentan a nosotros. Para avanzar, lo mejor es ver el lado positivo de las cosas: creo que si no hubiese sido por mi padre, seguiría paseándome por la vida sin parar de quejarme.
Ludmila Bujía Saint-Dizier
Un buen equipo
Hace
cinco años, mis padres decidieron hacer un viaje alrededor del mundo durante
diez meses en el que acabaríamos visitando catorce países.
Nuestro
primer país fue Nepal. Nepal es un país que además de contar con una parte del
Himalaya también cuenta con la selva de Chitwan situada en el sur del país con
frontera con la India.
Durante
nuestra estancia en Nepal mis padres decidieron hacer un safari por la selva de
Chitwan donde decían que se podían ver rinocerontes, osos, cocodrilos, tortugas
y hasta Tigres de Bengala. Yo, al principio no quería ir porque la idea de
visitar la selva montado en un 4 x 4 al aire libre y sin ningún tipo de
protección contra posibles amenazas, me aterrorizó, pero finalmente acepté,
medio forzado por mis padres y mi hermano.
Empezamos
el safari montados en una canoa de
aproximadamente un metro de ancho en un río con cocodrilos, enseguida me gustó
la experiencia y la adrenalina que eso me provocaba, pero a la vez sentí mucho
miedo por no volcar la canoa y ser arrastrados o devorados por cocodrilos
hambrientos.
Llegados
a cierto punto atracamos la canoa y nos recogieron con en 4x4 que tenía
asientos en el exterior. Recorrimos la selva durante una hora sin ver ningún
animal especialmente interesante, hasta que llegamos a un río. El conductor del
4x4 se metió por la arena que bordeaba el río para dar media vuelta y regresar.
Cuando ya casi había salido, las dos ruedas traseras se quedaron encalladas
dentro de la arena. El conductor trató de salir pero no pudo. En aquel momento
supimos que no se trataba de un 4x4 sinó que un 2x2. Entonces es cuando empecé
a ponerme nervioso porque estar parado en un coche en medio de la selva al lado
de un río lleno de cocodrilos y con el peligro constante de ser atacado
por un rinoceronte o un tigre, no era de lo más apetecible.
Sin
embargo nos pusimos todos a trabajar colocando trozos de hojas secas detrás de
las ruedas para que tuvieran un buen agarre. A medida que íbamos trabajando en
equipo el coche se iba desplazando cada vez más. Al cabo de 1h30min conseguimos
sacar por completo el coche de la arena.
Esta
experiencia me enseñó muchas cosas como por ejemplo: que en las situaciones
difíciles y estresantes es muy importante mantener la calma para vencer esa
dificultad u obstáculo. También me hizo entender que para conseguir
alguna cosa había que ser perseverante y trabajar duro formando un equipo en
el que cada uno tenía su función.
ÁLEX CALONNE
No mires atrÁs
Me considero una persona con una
facilidad de adaptación bastante grande y creo que esa capacidad me viene de cuando
era pequeña. Cuando yo estaba en GS ya sabía leer, cosa que hizo que mi
profesora me hiciera saltar de curso.
Pero antes de subirme de nivel, a mitad de año, me llevó a una clase de CP para
ver si era capaz de seguir el ritmo y empezar a adaptarme. La verdad, es que yo
tenía cinco años así que tampoco me daba
cuenta del gran cambio que supondría aquello. Pero sí es cierto que estaba bastante nerviosa por el hecho de
estar en una clase con gente con la que jamás había hablado. También me daba vergüenza porque
entre ellos ya se conocían y yo era como la
“intrusa”. Estaba triste ya que me iba a alejar de mi mejor amiga y de
mi clase, pero, avanzar siempre
significa dejar algo atrás ¿no?
Me acuerdo del momento en el que
entré en esa sala, la sala de CP4. Quizás mi memoria es traicionera, pero yo
recuerdo una sala con colores cálidos como el naranja o el marrón. Igual estos
colores que hasta hoy siguen en mi memoria han sido influenciados por la que
iba a ser mi profesora durante el resto de aquel año: Rachel, una mujer alta,
con un tono de piel moreno y el pelo
castaño con un toque rojizo. En seguida me hizo sentir como una más de sus alumnos,
pero aún así seguía echando de menos a mi clase de GS, esas personas que veía cada
día y que me hacían reír. Ese día fue cuando conocí a las personas que hicieron
que los primeros momentos en aquel ambiente
tan nuevo para mí, fueran mucho más fáciles. Ellas consiguieron que mi día se iluminase y me sintiese a gusto a pesar de
aquella situación en la que nunca me había
encontrado antes. Recuerdo la
primera vez que hicimos un círculo para compartir anécdotas o leer. Cada alumno o alumna hablaba por su turno, y
cuando me tocó a mí, me estresé mucho y no sabía qué decir. Me quedé sin palabras. Pero cuando
mis compañeros me animaron y me incluyeron, comprendí que esta experiencia sólo
podía ir bien porque estaba rodeada de personas que no tenían ninguna intención
de hacerme daño.
Finalmente, pasé el año siguiente a
CE1, y por momentos como este me di cuenta de que
como dijo Machado: “
Se hace camino al andar”.
Adriana Cousin
Traslado a ParÍs
Recuerdo
cuando era pequeña, y vivía en una bonita casa en El Escorial. Todo era
perfecto, era muy feliz, vivía con mis perros, mi hermana y mis padres a pocos
minutos de mi escuela. Allí tenía a mis amigas y a mi familia.
Cuando
cumplí cinco años, mi padre se vio obligado a trasladarse a Francia, por
razones laborales.
Estaba
un poco triste y lo echaba mucho de menos, pero sabía que si nos mudábamos con
él tendría que volver a empezar mi vida de nuevo.
Un año
más tarde, mi madre, mi hermana y yo nos mudamos con él.
Llegué a
un nuevo país y ni siquiera sabía decir una palabra en francés.
Los
primeros días lo pasé un poco mal, pero no me rendí y en pocos meses aprendí a
hablar francés y conocí a unas niñas de las que me hice muy amiga.
Con esto
aprendí que con esfuerzo todo se puede
conseguir y que el miedo no debe impedirte seguir adelante en la vida.
Joana
Cristofol 3-7
UNA
escalofriante escalera
Ya han pasado unos tres años desde que
viví este recuerdo que me afectó en cómo veo
el miedo. No recuerdo exactamente
cuándo sucedió, pero probablemente fue en un fin de
semana corriente, en Barcelona, en
invierno porque recuerdo que llevaba una sudadera negra y que podía ver mi
aliento al espirar en ese momento.
Estaba en una fase de mi vida en la que me encantaba ir en bicicleta y realizar
acrobacias con ella como saltos, derrapes,“wheelies”,...
Ese día tenía planeado salir en
bicicleta con un amigo, como hacíamos casi todos los fines de semana. Todo transcurría normalmente: íbamos por
de la ciudad, después hasta un camino en Collserola. Pasamos, creo, dos horas
hablando de la vida y de cosas que nos hacían
reír mientras paseábamos aquí y allá, sin rumbo fijo.
Todo iba muy bien hasta el momento
en que vi un largo tramo de escaleras mientras atravesaba un parque y
considerando cómo estaba en ese momento, vi ese obstáculo como un desafío para demostrar quién era el más
cobarde si mi amigo o yo. Tuvimos que descenderlo.
El desafío fue bastante simple y
directo, pero el proceso y la parte psicológica fueron realmente arduos. No era
solo una simple cuestión de quién era más capaz; era una cuestión de obligación, para proteger nuestro orgullo
como hombres.
Para dar una idea, la escalera
tenía unos siete metros de largo y tal vez seis metros de profundidad, lo que se sumó a nuestro miedo
era el hecho de que la escalera estaba hecha de una piedra muy áspera. En la
remota posibilidad de que nos cayéramos, sufriríamos algunos rasguños
horribles, desprendiéndonos por completo la piel.
Pero, no teníamos tanto miedo de la
posibilidad de una pequeña herida sino de cómo nuestros padres nos regañarían. Pasamos
como cuarenta minutos decidiendo si deberíamos hacerlo o no. El tiempo pasó de
una manera muy aburrida porque no estábamos haciendo nada más que mirar hacia
abajo.
Era como si oyéramos el ruido del
reloj diciéndonos cuán cobardes éramos. No había mucho en qué pensar, sabía con
certeza que probablemente solo tardaría unos segundos para descender, pero
seguí desesperándome con la ideade lograrlo. Mi amigo y yo, decidíamos quién
iría el primero, porque si uno moría, el otro sabría que no debía ir; así de
asustados estábamos. Seguía pensando que podía irme a casa, olvidarme de todo esto
y tener una buena noche de sueño, pero mi yo del pasado se quedó.
Después de un largo rato me dije: “¡A una muerte orgullosa o a una vida
vergonzosa!” Y lo hice, empujé mi bicicleta hacia adelante y dejé de pensar. En
mi camino hacia abajo, solo sentí el miedo por una mera fracción de segundo y
después de romper esa barrera de miedo, todo se convirtió en diversión, que
lamentablemente solo duró tres segundos porque luego llegué al suelo en un
instante. Al final, pensé, que fue divertido, pero también fue un paseo lleno
de baches, y que no valió la pena.
Por mucho que me avergonzara de mí
mismo por ser tan malditamente lento, aprendí que más allá de ese
oscuro y delgado muro de miedo, al otro lado, una vez que cruzamos su puerta, está
todo lo que siempre hemos deseado.
Y para mí, fue la diversión.
KAIDEN
ANTES DE TIEMPO
Hará unos 6 años, cuando tenía unos
8 años de edad, un sábado cerca de la hora la hora de comer
fui a comer con mi madre a un
restaurante que está a unos 5 minutos de mi casa.
Poco después, al acabar de comer ,yo
tenía muchas ganas de ir al parque, porque casi siempre
alrededor de esa hora iban unos
amigos y yo iba con la idea de poder coincidir con ellos. Mi madre
se negó.
Entonces yo me inventé una excusa : ir al baño
a lavarme las manos…
Pero realmente tuve la mala idea de
escaparme para ir a jugar al parque. Cuando conseguí salir del restaurante sin la aprobación de madre, me
puse en camino hacia el parque al que
solía ir siempre, y que estaba a unos 15
minutos de distancia.
Al llegar allí me encontré con mis amigos
con los cuales jugué una media hora, y según lo que recuerdo lo pasé muy bien. Además
, me sentía orgulloso por tener un poco de autonomía.
Después de un rato, me sentí muy cansado físicamente. Y me fui en
dirección hacia casa. Fueron unos 10 minutos de caminata bajo un sol abrasador.
Finalmente llegué a casa. Cuando mi
madre me vio, en primer lugar, me pegó una bofetada seguramente por el miedo
que había pasado, justo después me dio un fuerte abrazo.
Seguramente en ese momento mi madre no sabia
si reñirme y castigarme, o estar muy agradecida de que no me hubiese pasado
nada malo.
A pesar de ese momento de ternura,
casi 5 minutos más tarde me castigó sin poder ir al parque durante un mes,
bastante comprensible para la barbaridad que acababa de hacer y lo mal que les
había hecho sentir.
En conclusión, no es bueno buscar
la autonomía tan temprano. también la
autonomía llega como cada cosa, a su tiempo.
HÉCTOR DEL RÍO
COMO EN CASA
Todo empezó cuando a mis padres se
les ocurrió hacer una acampada, pero no en cualquier sitio, sino en África. Mi hermana
y yo estábamos aterradas el por miedo a los animales e insectos que salen
por la noche y por todos los prejuicios que teníamos.
Pero no teníamos otra opción. Llegó
el gran día, 5 de agosto de 2015 y mis padres, mi hermana y yo subimos a un
coche con un guía que estaría con nosotros durante aquellos días de acampada en
aquel desierto donde no había nadie más que nosotros. Tras un largo trayecto llegamos
a nuestro destino, un sitio desierto
donde no se veía nada, solo un cartel a lo lejos. Estábamos solos a las cinco
de la tarde y ya era la hora de cenar.
Aquello estaba tan oscuro que
tuvimos que comer con una linterna para poder ver la comida que nos había
preparado el guía. Recuerdo que estaba muy buena y que cada noche nos ofrecía
un tipo de chocolate. Mi hermana y yo dormíamos juntas en una tienda, las dos
teníamos mucho miedo al principio ya que estábamos en la sabana y teníamos una
idea equivocada de lo que realmente era. Nuestro miedo no tardó mucho en
desaparecer y aprendí mucho allí.
Primero que cuando tienes al lado a
alguien a quien quieres mucho, el miedo disminuye y te
sientes más seguro. Segundo que no
hay que juzgar las cosas antes de tiempo como mi hermana y yo hicimos con la
acampada ya que ésos fueron de los mejores días de mi vida. Durante aquellos
días mi familia y yo nos reímos y disfrutamos muchísimo.
Superando nuestro miedos, conseguí
estar más unida a mi hermana .
Esos días me hicieron crecer
interiormente y me abrieron una visión diferente . Ahora tengo menos prejuicios
hacia situaciones y lugares que no son
habituales para mí,.
Gracias a eso me he atrevido a
probar nuevas experiencias con las cuales
repetiría sin dudarlo.
Alba Echevarria 3-7
LA CLAVE DEL ÉXITO
Cuando tenía siete años, mi tío me regaló un skate
para mi cumpleaños. El skate era de color rojo y blanco con rayas azules.
Para aprender a hacer skate, hice una búsqueda en internet y comprendí cómo debía hacer para tener equilibrio.
Decidí bajar otra
vez una rampa pero no tenía el
equilibrio y la experiencia necesarios . Quise aprender cómo podía bajar.
Estaba tan feliz que he gritado grité a pleno pulmón cuando lo logré.
RAFAEL
ENCABO
DE LA TIERRA
Recuerdo la escuela donde iba cuando era pequeño. Cada clase era
una casa. Y cada casa tenía un color. Una era la rosada, por ejemplo, a donde
iban los alumnos de 9 a 10 años, otra era la verde, de los de 8 a 9, la
naranja, de 7 a 8, la azul, de 6 a 7, y la lila de 5 a 6. La escuela se
parecía más a un pueblo que a una escuela, en realidad.
Salíamos de clase e íbamos al recreo, pisando descalzos la tierra. Que era de color marrón, pero no un marrón común, sino un marrón tirando a rojizo.
La escuela se llamaba “Viviendo y Aprendiendo”
Una profesora me vino a consolar. Se llamaba Andrea y me ayudó a curar la picada. Pero después de algunas horas me dijo que volviese a jugar con los otros niños, sin ponerme zapatos ni nada, o sea que las hormigas me podían picar otra vez, pero le daba igual. Yo tenía mucho miedo.
Pero al tercero sí. Sin embargo, ya no me dolía nada.
NUNO
FARIA
APRENDIENDO DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES
Cuando tenía 10 años, es decir el verano de CM2 à 6ème, fuimos a Nueva York con mi familia. Para mí Nueva York siempre ha sido mi viaje de ensueño y cuando me dijeron que íbamos a ir estaba eufórica. Fuimos con mis primos y habíamos alquilado un alojamiento de Airbnb en Brooklyn. Después de visitar todo lo “básico” como el Empire State building, Times Square y la Estatua de la Libertad, fuimos a ver un museo al que soñaba ir porque lo había visto repetidas veces en series y películas americanas: el “American Museum of NaturalHistory”. Por no sé qué motivo, mis primos y yo estábamos muy agitados ese día y eso que me acuerdo de haber caminado mucho ya que, al fin y al cabo, estábamosen Nueva York y teníamos que visitar muchas cosas. Después de comprar las entradas entramos por fin. Me acuerdo perfectamente de que al entrar en la sala sentí como los tonos azules y verdosos abundaban, aunque solo era una sensación ya que los colores predominantes de la entrada eran el rojo y el beige. Supongo que siempre he asociado las ciencias con estos colores. Cada sala era un mundo totalmente distinto y opuesto en una podíamos ver esqueletos de dinosaurios y mamuts, en la otra había una reproducción de ballena a tamaño real. Me acuerdo de una sala en la que detrás de un cristal había animales disecados. También me marcó mucho la cafetería que había dentro del edificio, no sé por qué pero me acuerdo de cada detalle de esa sala.
Todo empezó allí. Mis primos y yo, como ya he mencionado, estábamos muy agitados.
Como antes de empezar la visita nos empezó a entrar hambre, ya que erala hora
de la merienda, fuimos a la cafetería con nuestros padres. Me acuerdo perfectamente
de que tomé un cupcake de chocolate acompañado de una manzana y una botella de
agua. Supongo que eso me dio más energía de la que ya tengo habitualmente y
bueno la cosa degeneró. Durante la visita estuvimos insoportables y a mi primo
mayor, que por aquel entonces tenía 16 años, se le ocurrió jugar al “pilla pilla”
en medio del museo. Al cabo de media hora nuestros padres no se habían dado cuenta
de nada y todo iba genial para nosotros. Hasta que empezamos a jugar al “escondite
pilla pilla” en el que fuimos demasiado lejos. Nuestros padres no paraban de
reñirnos y de decirnos que paráramos pero no les hicimos mucho caso. Entramos en
la sala en la que estaba la ballena azul en tamaño real colgando. Esa sala era mucho
más amplia que las demás y había muchos menos objetos expuestos. Desde el punto
de vista de un observador externo se podía ver a 4 niños corriendo de punta a punta
de la sala riendo a más no poder y pidiéndole perdón a la gente por pisarles los
pies. Nuestros padres estaban tan hartos de repetirnos que paráramos que
decidieron dejar que aprendiésemos la lección. Minutos más tarde vino el
guardia de seguridad, enfadado a decirnos que paráramos inmediatamente o que
nos echaría
del museo. Gritó tanto que se me quedó de por vida en la memoria aunque
como hablaba en inglés fingí que no entendía nada. Esta anécdota me
enseñó diversas cosas como que es mucho mejor que te digan las cosas por las
buenas que por las malas y que la libertad de uno
acaba donde empieza la del otro. Ya que yo quizás me estaba divirtiendo mucho pero a la gente que estaba
mirando la exposición no creo que le apeteciera soportar a 4 niñosjugando en un
museo.
Chloé Farnós 3-7
IBIZA , MI REFUGIO
Cuando
pienso en un lugar en el que haya pasado gran parte de mi infancia y del cual
tengo los mejores recuerdos, sin duda, pienso en Ibiza. Mis padres ya
veraneaban en la isla antes de que mi hermano y yo naciéramos ya que tienen
unos íntimos amigos viviendo allí. Tras nacer nosotros, la tradición de viajar
a Ibiza, no sólo durante los veranos, sino también durante el invierno, se ha mantenido,
por lo que el lugar de referencia de mi infancia favorito es Ibiza.
Los amigos de mis padres también
tuvieron dos hijas de nuestra edad y nos llevamos muy bien con ellas, por lo
que es un valor añadido para querer ir siempre a la isla.
Ibiza es el escenario de mis
mejores recuerdos;
Los más destacables; los días en sus
maravillosas playas donde hacíamos castillos de arena; las salidas en barco;
los amaneceres en Sa Caleta; las cenas en Pinocho; los paseos a medianoche por
el puerto de Ibiza; las mañanas de compras con mi madre en Las Dalias; los
imprescindibles Scape Rooms de cada año; los interminables días en el parque
acuático de Playa d’en Bossa.
También recuerdo con mucho cariño
las sesiones de fotos que mi madre nos obligaba a hacer a mi hermano Toni, y a
mí, en Cala Comte; así como las cenas en un restaurante con mini golf.
No puedo olvidar los increíbles
atardeceres en el restaurante Roto, al borde del mar; las escapadas a Ibiza en
época de Halloween donde con Lola, participábamos en el túnel del terror.
Siempre que vamos a Ibiza, nuestros
amigos nos acogen en su casa que es muy grande, con un jardín muy extenso donde
tienen 5 perros y 2 caballos. En ese jardín también tienen una piscina donde
tengo recuerdos muy divertidos, como que cada 24 de junio, nos bañamos de
madrugada para ver los fuegos artificiales.
También recuerdo las barbacoas que
organizamos, las interminables tardes saltando en la cama elástica; ayudar a
recoger naranjas en el huerto… Otro recuerdo muy divertido era cuando bañábamos
a los perros, que son muy grandes, y no se mantenían quietos.
Por las noches, el padre de Lola
nos montaba un proyector al lado de la piscina y veíamos películas de Disney
bajo las estrellas.
A estos amigos los consideramos
como nuestra segunda familia ya que ellos también vienen mucho a Barcelona
porque tienen familiares aquí. Ibiza es mi refugio y mis personas favoritas
residen ahí por lo que no puedo imaginarme un verano o una vida sin Ibiza,
porque una vez conoces la isla, te das cuenta de que es adictiva y realmente es
mi medicina.
Haber revivido todos estos
inolvidables momentos, me ha hecho darme cuenta de la suerte que he tenido y
que tengo, y de la maravillosa infancia, y vida que me ha tocado. Esto me ha
ayudado a aprender a valorar las cosas, a ser agradecida; porque son estos
pequeños recuerdos los que te hacen ser feliz. Si no sabes valorar los pequeños
detalles o momentos, nunca encontrarás la felicidad fuera de ti mismo. La felicidad está
en tus manos. Y yo he decidido darle una oportunidad.
Clara Gendra, 3º7
La reina de la fiesta
Este proyecto me ha
tenido un buen rato reflexionando y pensando sobre qué recuerdo lo puedo hacer
:Un recuerdo triste ,uno alegre ,uno chocante … Frente a mi dificultad para
elegir me he dado cuenta de que da igual sobre qué es solo tiene que ser algo
que permanece en tu memoria y que estás seguro de que no se borrará.
Debe parecer una tontería, pero el recuerdo más profundo que tengo ,es ,diría yo, también probablemente el mejor. Se trata de mi tercera fiesta de cumpleaños ,bueno ,más bien mi tercer cumpleaños a secas ya que mis padres son de esas persona que no creen en las fiestas grandes y extravagantes para niños ,que , probablemente ,luego ni recordarán .Pero ese año fue todo distinto ,yo cumplía 3 años y ya tenía un poco más de conciencia ,pero en gran parte fue porque les insistía tanto que era más fácil darme la fiesta que seguir escuchando mis ruegos.
Y así fue, el día de mi
cumpleaños : desperté en una casa llena de globos rosas, y mientras cantaban “Cumpleaños feliz” mis
padres me dieron una bolsa. Al abrirla fui la niña más feliz del mundo .Era un
precioso vestido de Blancanieves que insistí en ponerme para ir a la guardería .Por la tarde vinieron
mis abuelos ,tíos y amigos ,todos obviamente también disfrazados .Pasamos una tarde maravillosa .
Ese día me enseñó que los
sueños se pueden hacer realidad.
Joana Godall 3-7
En Barcelona hay un sitio que me
recuerda a mi infancia. Estoy hablando del Bosc Urbà, situado cerca del puerto.
En este lugar puedes sentirte como un aventurero, que va superando desafíos
hasta llegar a su objetivo.
Bueno, pues mi “yo pequeño” quería
sentirse así. Es por eso que , cuando cumplí 7 años, toda mi familia y yo
fuimos a ese lugar. Allí había tres niveles, cada uno con su propia dificultad:
estaba el naranja, el nivel de dificultad más bajo, después el azul, en éste
aumentaba la complejidad del nivel y por último el rojo, el cual era el más
complicado. Cada uno de ellos se encontraba a una determinada altura, siendo
progresiva desde el más fácil al más difícil.
Yo quería subirme al nivel rojo,
pero no fue posible debido a mi estatura, así que empecé por el naranja. El
circuito estaba repleto de tirolinas, de todo tipo de obstáculos y de zonas de escalada.
Primero no estaba de acuerdo, pero cuando di el primer paso ya me estaba divirtiendo.
La primera vez fue genial, así que volvimos otra vez, y otra, y otra… Pero todavía
no podía hacer el nivel azul. Estaba ansioso por hacerlo y siempre le suplicaba
al responsable a cargo de la atracción si me dejaba ir, aunque me faltasen
cinco centímetros. Él siempre se negaba.
Unos
meses después volvimos, yo había crecido
pero no sé si lo suficiente para poder hacer el recorrido. Mi estatura era
justo la que se necesitaba, así que ya podía hacer el nivel azul. Aunque el responsable
no me lo aconsejaba, decidí hacerlo, sin pensar en las dificultades que supondría
ya que estaba muy excitado. Total, fui, empecé a hacer el circuito y en la
mitad me quedé colgando de una tirolina y me puse a llorar porque no podía
bajar. Entonces vino el responsable y me ayudó a bajar. No pude terminar el
circuito por estar muy ansioso y querer hacer las cosas lo antes posible en vez
de esperarse un poco más y poder hacer las cosas con calma y divirtiéndote. Con
esta experiencia he aprendido que más
vale esperar al momento adecuado que precipitarse y arruinarlo.
Christian González
Mucho más que una pelota naranja.
Como
muchas otras historias, esta también comienza apaciblemente, en este caso en un
pequeño pueblo al Sur de Salerno, en la costa italiana del Mar Tirreno. El
pueblo en cuestión tiene un nombre bastante peculiar, Castellabate, y guarda en el interior de su nombre bastantes
enigmas por descifrar.
Ese
pueblo es la destinación de vacaciones estivales de mi familia, en particular
de mi hermano y yo desde que nacimos.
Un día,
estábamos jugando a fútbol en el campo de balompié con unos amigos, el partido
era de lo más intenso que se había visto en esa localidad desde hacía años y
usábamos toda la fuerza que nuestros cuerpos podían contener. Durante un
momento, el partido alcanzó su clímax, un penalti fue pitado y me preparé a
chutar el balón de plástico, que tenía un color naranja, que destacaba con el verde del césped.
Los
nervios provocaron un mal tiro, y el balón se coló en el techo de la iglesia, a unos 50
metros. Fui a buscar la pelota con un miedo insuperable, ya que el cura del
pueblo era un viejo cascarrabias que, según mis amigos, “se comía” a los niños
que veía. Tenía una cara espantosa, con una gran cicatriz (recuerdo que a causa
de la ocupación nazi, me dijeron) y un
cuchillo siempre en su cintura, para pinchar balones. Entonces a mis nueve años de edad, me armé de coraje y fui
a llamar a la puerta.
El personaje que me habían descrito como un
ogro resultó ser, en realidad, un amable caballero que me ofreció galletas,
comida y mi balón. Después de una corta merienda y unos saludos apresurados,
volví a la cancha de fútbol con un nuevo
conocido y un buen recuerdo.
Por esa
razón, uno no tiene que fiarse nunca de las apariencias de la
gente o los rumores que circulan alrededor de esta.
OTTO
IANNIELLO
Esta
historia me ocurrió cuando tenía menos de 6 años. En este tiempo yo vivía en Bruselas.
Todo
empezó cuando estaba durmiendo con tranquilidad. Todo parecía perfecto. Pero ocurrió algo, algo muy extraño…
Este
día fue el primer día de mi vida que he
tenido una pesadilla.
¿Cuál
era mi pesadilla? Bueno era algo muy tonto y pensándolo ahora me hace gracia.
Era un plátano que cuando lo comías, te transformaba en plátano. Y cuando
tocabas a alguien siendo un plátano, ¡pues el que tocabas era también un plátano!
En
mi sueño, fue primero mi perro el que se comió el plátano de mis manos. Pero
algo extraño ocurrió cuando lo comió. Se transformó en un plátano que mordía
todo. Me fui de la casa para salvarme. Pero mi familia… se habían transformado también…
Me
desperté en este momento, traumatizado. Y durante un año entero no fui capaz de
comer plátanos y dije a mi familia que
no comieran plátanos delante de mí porque me traumatizaba.
Un
año después mi madre me hizo probar un
plátano y ¡me encantó!
Desde
ese día,
he
aprendido a no temer cosas que no han
sucedido y que probablemente nunca sucederán, a distinguir la realidad de la
ficción y también a afrontar mis terrores.
Pascal JACQUINET
Un día, cuando tenía yo
unos 7 años, estaba paseando con mi padre en las vastas calles de Poblenou por
la tarde. Llevábamos casi media hora paseando cuándo decidimos ir al parque. Mi
padre y yo nos estábamos peleando en ese
momento por una razón de la que no me acuerdo. El semáforo estaba verde
para los peatones así que
seguí caminando recto sin pensármelo dos veces. En lo que yo no había pensado
era en que aquel paso de cebra se encontraba justo en la entrada de un cruce
por el que podía venir un coche en cualquier momento.
Pero yo, eso, no lo había
pensado; simplemente paseaba inocente e inconscientemente con mi padre sin
preocupación alguna. Ya habíamos cruzado la mitad del paso de cebra cuándo
percibí de reojo una gran mancha negra que me quitaba casi la mitad de mi
visión panorámica del lado izquierdo. Cerré los ojos cubriéndomelos con las
manos mientras asimilaba la información…Cuándo los abrí vi el coche negro detrás
de mí, con el capó manchado de rojo, y frente a mí, a mi padre que me estaba
sosteniendo por la camiseta. Mis pies no tocaban el suelo y la mano cerrada de
mi padre había agujereado mi camiseta por detrás. Estaba yo tan atónito por la
situación que no me había percatado de que toda mi espalda estaba sangrando y
de que me dolía de una forma insoportable. El dolor ardía y cada movimiento que
hacía me ocasionaba un intenso dolor que recorría todo mi cuerpo. El dibujo
rojo de mi camiseta casi no se percibía y de hecho mi camiseta blanca ya no
tenía nada de blanca.
A los diez minutos llegó
la ambulancia. Yo, que tenía siete años, me preguntaba por qué teniendo yo
herida la espalda, me hacia pruebas en el brazo. También me hicieron unas
preguntas, pero no tocaron mi espalda en ningún momento. Cuando salí de la
ambulancia, vi dos coches y tres motos de la policía e incluso un periodista
entrevistando a mi padre. Al final me aconsejaron unas semanas de reposo en
casa sin poder llevar ninguna camiseta.
Lo más impactante de este
recuerdo es que antes del accidente nos estuviéramos peleando.
Esta experiencia me ha enseñado que mis padres me quieren siempre, hasta en los
peores momentos. Mi padre me estaba gritando enfadado,
pero al ver al coche no se lo pensó ni un segundo. Desde ese día, nunca me he
peleado con él y hasta hoy no nos gritamos por nada.
Neo Mañanes Azzi
De
pequeña, yo era la niña “perfecta” que cualquier padre hubiera deseado tener.
Llegaba a casa, dejaba los zapatos en un rincón de mi habitación, hacía los
deberes, preparaba la ropa para el día siguiente e iba a preparar la mesa para
que, cuando mis padres llegasen, no tuvieran que preocuparse por mí. Al
contrario , mi hermana mayor no podía
estudiar, acababa siempre enfadada con mis padres, y no ordenaba, por eso nos decían
que éramos como el día y la noche.
Mientras
yo hacía mis deberes siempre escuchaba a mi hermana y a mi madre estudiar a lo cual no daba mucha importancia e iba “a mi
bola”…
Pero
había una frase que no podía resistirme a escuchar: “Mafalda, cariño, hay dos
caminos, el recto con algún que otro bache que si tú pones de tu parte y yo de la mía llegaremos
juntas y contentas hasta el final, o el camino que se desvía: si tú no pones de
tu parte nos enfadamos, te castigaré, y no acabaremos nada bien”.
Esa
frase iba acompañada de un dibujo para que mi hermana lo entendiese mejor. Era
pequeña y yo no la entendía muy bien, pensaba que mi hermana la habría hablado
mal o simplemente la estaba ignorando por haberle quitado algún juguete.
A medida
que fui creciendo, entendí que no se trataba de un juguete, sino del esfuerzo,
concentración e implicación que mi hermana no ponía. Pasaron los años , y todo
fue cambiando. Mi hermana fue aprendiendo de sus errores y yo de los míos, pero
lo curioso, es que me ayudaba, ya que yo estuve influenciada por lo que ella hacía años atrás: no estudiar, acabar enfadada con mis padres… y
acabé haciendo lo mismo.
Ella
misma me ayudó a salir de ahí. A ser mi guía. Seguíamos siendo distintas, pero
por lo menos nos entendíamos en todos los sentidos, y no solo en los estudios
sino también en los sentimientos.
Después de haber aprendido, y entendido que enfadarse por
no querer estudiar era inútil, fue ahí cuando maduramos un poco, y no nos dejamos llevar
por nuestro enfado y desinterés de los estudios.
Amaia Martín
A PESAR DE LA DISTANCIA
Yo nací
en París y me mudé a Barcelona cuando tenía dos o tres años. Me inscribieron en
un cole anglo-español, ahí tenía a mis dos mejores amigas que también eran francesas.
Una de ellas tenía mi edad, Eulalie , y la otra un año más, Justine. Hacíamos todo
juntas: íbamos al cole juntas, volvíamos juntas, siempre estábamos juntas.
SOFÍA
Hace unos cuatro años, un
jueves durante las fiestas de Pascua, una mañana con mi padre nos estábamos
preparando para ir a nadar con mi tío al mar. Cuando llegamos, como siempre,
nos empezamos a calentar en el parking de la Barceloneta antes de fijarnos el objetivo
de ese día.
Terminado
el calentamiento nos fijamos el objetivo de hacer tres boyas amarillas antes de
regresar a la orilla. A la hora de entrar en el agua vi que mi padre y mi tío se iban
corriendo, yo, como salvavidas tenía una tabla de surf , pero por el viento no tenía mucho equilibrio y no podía
sostenerla.
Estando
ya en el agua deduzco que estaba a más o menos entre 20 y 25 grados, aunque al
final entrase en calor.
A
mitad de camino hacia la primera boya mi padre me dijo que me pusiera sus gafas
y que mirase hacia abajo; y ¿ qué es lo que vi?… un banco de peces diminutos y
monísimos que nadaban muy pero que muy rápido.
Llegamos
a la primera boya donde mi padre y mi tío se apoyaron sobre la tabla que era
para eso yo y también para trabajar los
brazos ya que estaba recibiendo clases de surf… .
Reposamos
por unos treinta segundos y volvimos a nadar hacia la segunda boya amarilla que estaba a
unos doscientos metros de la primera… Llegamos a la segunda y e hicimos mismo solo que a mi tío le dio un calambre
bastante grave que no se le pasaba y tuvimos que esperar un buen rato a que se le pasara el dolor.
Cuando
acabó todo, fuimos lo más rápido posible hacia la tercera boya hasta que nos
paramos a observar una gaviota que se estaba comiendo un pez bastante largo. Yo,
por listo, me fui acercando poquito a
poco hasta que la gaviota se fue sin haberse comido a ese supuesto pez. Al cabo
de dos segundos vi ese pez moviéndose
hacia mí en zigzag rápidamente en la superficie… y rápidamente pensé: pero si
las serpientes son las que nadan en la superficie. De golpe empecé a
levantar mi tabla de surf intentando darle un golpe a la serpiente de mar que estaba
frente a mí. Cuando estaba a unos centímetros de mí levante la punta de tabla a
unos treinta centímetros del agua dando un golpe muy fuerte sobre el agua
haciendo que esa serpiente se hundiese y la perdiese de vista.
Ese
día aprendí que bajo la apariencia de algo hermoso, a veces, se
puede ocultar algo peligroso.
LÉO
FRENTE AL MAR
Cuando era pequeña,
los días de verano, me quedaba yo sola en casa con mi abuela. No porque no tuviera
primos ni hermanos, porque sí que tenía, sino porque ellos bajaban a la playa y
yo no. El mar me aterrorizaba.
Si soy sincera, no
creo que haya alguna explicación concreta para ello, pero lo que sé es que
hasta los seis años no puse un dedo del pie bajo el agua del mar a menos que me
obligaran a hacerlo.
Hasta que un día
mi abuela se cansó. Se cansó de verme aburrida en casa mientras mis primos jugaban
en la orilla y se hacían nuevos amigos cada día. Pero no había manera de hacer
que yo me sintiese cómoda cerca del mar.
Pero todo eso
cambió cuando mi abuela se compró una barca. Una pequeña lancha azul y blanca a
la que llamamos “Alba” por el amanecer. La barca la escogí yo, esto fue lo
único que me motivó a lanzarme y salir en barca todas las mañanas. Pero yo
seguía sin querer mojarme. Yo me quedaba sentada en mi banquillo viendo a mi
abuela manejar el volante como si hubiera nacido para eso. Y durante un tiempo
eso fue bastante, yo no necesitaba más.
Pero iban pasando
los días y mis primos iban buceando hasta las rocas e intentaban coger
cangrejos y peces. Yo seguía sentada encima de mi toalla sin mojarme. Cuando
mis primos volvían y tomábamos el aperitivo sentados en la proa, siempre había
trozos de patatas, de fruta o de olivas que se caían al agua y al cabo de pocos
segundos, ese trozo de comida estaba rodeado de peces de todos los colores y tamaños.
Había peces azules, rojos, amarillos, grandes, pequeños, medianos. Cuanto más
cerca estábamos de la orilla mejor se veían. Y yo, desde lo alto de mi
banquillo, los observaba todos con admiración, aún sin osar tirarme al agua.
Hasta que un día
decidí que ya había tenido suficiente. Que estaba cansada de ver pasar los
peces de lejos sin poder nadar entre ellos como hacían mis primos. Así que un
buen día, cuando tiramos el ancla y todos mis primos empezaron a quitarse la ropa y quedarse en bañador, yo hice lo
mismo. Y cuando fueron sacando las colchonetas y la tabla de paddle, yo les
ayudé. Y cuando mis primos empezaron a tirarse uno a uno al agua, yo no fui
menos. Sin pensarlo dos veces, puse un pie encima de la barandilla de metal y
salté, sintiendo perfectamente las miradas de todos los miembros de mi familia.
El momento en el que me sumergí, fue lo mejor de todo. Dejé de sentir miedo y
angustia, y una ola de paz me inundó casi al instante. Todo el ruido del mundo
se apagó y de repente solo oía el vago ruido de las olas rompiendo contra la
arena a lo lejos. El mundo se quedó en silencio.
Resurgí cuando me
quedé sin aire y vi a toda mi familia mirándome, cuando de repente se pusieron todos
a aplaudirme y a animarme. Creo que nada nunca superará ese momento. Después de
ese día aprendí poco a poco a amar el mar y cada día me enamoro más de él. Ya
nada me impide bajar a la playa todos los días de verano por muy mala mar que
haga. Yo era muy pequeña cuando pasó eso. De hecho, aparte de lo poco que me
acuerdo, todo lo que acabo de contar me lo han contado mis familiares. Pero aun
siendo una niña de entre seis y siete años, creo que ese día en el que decidí que ya
no me apetecía ser la cobarde que se refugia en lo que ya conoce, ese día, en mi
opinión, aprendí más de lo que he aprendido en toda mi vida. Aprendí que las
cosas buenas y que valen la pena de verdad, solo se encuentran cuando uno sale
de su zona de confort y busca algo diferente a lo que está acostumbrado, algo
que puede presentarse como un desafío, pero que acaba transformándose en algo
de lo que estamos eternamente agradecidos de haber encontrado.
Clara
Nieto
RECTIFICAR ES DE SABIOS
Hace aproximadamente 6 años, cuando
vivía en mi antigua casa en Barcelona, mi madre me dijo que me compraría lo que
yo quisiera por mi cumpleaños. Yo estaba realmente emocionado, ya que justo el
día anterior había visto un anuncio de un enorme lego en la tele. Cuando mi
madre me dijo que me compraría lo que yo quisiera, enseguida decidí que ese
lego iba a ser mi regalo de cumpleaños.
El día de mi aniversario estaba
cada vez más cerca, así que una semana antes de mi cumpleaños, mi madre me dijo
que iríamos a comprar ya mi regalo. Me acuerdo que ese día era un viernes
nublado, y no sé por qué, pero en esa época asociaba el viernes con el color
verde. Era ya por la tarde, las 18:00 de la tarde más o menos.
Mi madre y yo fuimos en coche hasta
“l’Illa Diagonal”, ya que allí estaba situada una tienda de lego enorme (o al
menos eso me parecía).
Al entrar en la tienda me quedé
totalmente sorprendido por la cantidad de legos que había allí dentro. Después
de un rato buscando el lego que yo quería, lo pudimos encontrar. El lego era
bastante caro, así que mi madre me preguntó si estaba seguro de querer ese,
porque si luego veíamos uno que me gustara más no me lo compraría. Yo estaba
seguro de que no había mejor lego que ese, así que le dije que estuviese
tranquila, que éste me encantaba.
Para aprovechar que estábamos en la
“Illa”, mi madre decidió ir a comprarle un regalo a mi primo pequeño, ya que su
cumpleaños también era en pocos días.
Como era de esperar, fuimos al
“FNAC” y encontramos una figura coleccionable de Spider-Man, la cual me gustó
mil veces más que mi nuevo lego. Le supliqué a mi madre que me lo comprara a
mí, pero ella dijo que era para mi primo.
Estuve triste el resto de la tarde.
Pero al día siguiente le propuse a mi madre un trato: yo me quedaba con la
figura de Spider-Man y le regalábamos el lego a mi primo. Mi madre aceptó y me
puse contento. Al final a mi primo le gustó mucho más el lego que el POP (la figura
de Spider-Man).
Aprendí a valorar
bien antes de decidir y a aceptar las consecuencias de mis decisiones.
PAU PALOS
Era
una mañana de un domingo nublado, una de esas que me paso mirando por la
ventana a ver si cae un rayo de esos tan bonitos que tienen un color azulado.
Pero no, ese domingo por la mañana no cayeron rayos, solo fue una de esas
mañanas que parece que vaya a llover, pero resultaron ser solo nubes grises y aburridas que cubrían la ciudad.
Yo,
en ese momento, tenía seis o siete años y estaba igual de aburrida que las
nubes.
Mis
hermanas habían encontrado una actividad para distraerse: una estaba dibujando
y la otra bailando.
En cambio, yo estaba siendo muy poco
productiva, y estaba tumbada en el sofá mirando el techo. Fui a ver cómo
bailaba mi hermana, pero al cabo de un rato, verla bailar me aburría más que
mirar el techo y volví al sofá.
De
pronto, debajo del radiador del salón, vi un enchufe negro que me distrajo
durante un rato, hasta que desafortunadamente, mis padres entraron en el salón
y me dijeron que saliera de debajo del radiador y que nunca metiera los dedos
en el enchufe.
Volvía
a estar sentada en el sofá, aburrida…Tenía ganas de ver lo que pasaba si hacía exactamente
lo contrario de lo que me decían mis padres y además, que me dijeran que no podía
tocar el enchufe, me dio más ganas de hacerlo.
Mi lado rebelde entró en juego: me levanté
silenciosamente, caminé de puntillas, verifiqué dos veces que nadie miraba y
metí los dedos en el enchufe…
De inmediato me empezaron a salir lágrimas de
los ojos por el calambre de la electricidad que me subió por el brazo. El
dolor fue espantoso, y esa mañana, recuerdo que me arrepentí de no haber
escuchado a mis padres.
Ese
día aprendí la diferencia entre una orden y un consejo. Una orden es cuando te
imponen como te tienes que comportar o lo que tienes que hacer, y un consejo,
es aquello que tus seres queridos te dan para alejarte de cualquier peligro.
Ese
domingo gris me enseñó a valorar los consejos que yo identificaba
equivocadamente como órdenes.
LA DISTRACCIÓN
Un
día de octubre en Francia, volvía a mi casa para descansar después de haber
hecho un gran partido de fútbol con amigos. Estaba agotado, pero mis padres me
dijeron, cuando vieron que había olvidado mi equipamiento en el vestuario, que tenía
que ir a buscarlo. Como todavía el campo de fútbol estaba abierto y no lejos, no
suponía un problema. Así que fui, a pesar de mi desesperación. También sabía
que lo tenía que hacer porque íbamos a volver a Barcelona al día siguiente. Así
que, si no iba, lo tendría perdería.
Recuerdo
que estaba distraído por ideas negras. Pasaba el tiempo enfadado por mi distracción
en el vestuario. Hasta que me di cuenta de que me había perdido. No tenía ni idea de qué hacer. Caminaba
y caminaba para intentar reconocer un lugar. Pero nada. Estaba desesperado. Tenía
frío, tenía hambre, tenía sed también y, sobre todo, era demasiado pequeño para
tener un teléfono. Sentía la rabia en aquel momento por la sensación de impotencia. Hasta que pensé en la posibilidad de pedir a alguien un teléfono para llamar a mis padres.
Pero en ese plan también había un defecto… Pedir
a la gente su móvil me daba miedo. No tenía el coraje para pedirlo. Así que me
senté en un banco. Pensaba que mi familia debía estar preocupada. La noche se
acercaba y de repente oí a alguien
llamarme. Así que me di la vuelta y vi un señor al que conocía. ¡Estuve tan feliz en ese momento!
Se
llama Marco y es un amigo de mis padres. Le expliqué lo que hacía allí y
respondí a sus miles de preguntas . Marco
analizó la situación y como vivía cerca, me invitó a su casa hasta que todo se
solucionara.
Esta experiencia me enseñó a estar más atento a mis responsabilidades y a pedir ayuda cuando la necesito. Anatole Paul
Hace ya
cuatro años, a mis 10 años. Mi primo, que en ese momento cumplía nueve años,
decidió celebrar su fiesta de cumpleaños a finales de octubre, en el Tibidabo.
Ahí fuimos solo mis primas, sus dos hermanas mayores, mi tía y yo. Durante casi
todo el día me lo pasé genial, nos subíamos a todas las atracciones una y otra
vez, reíamos, comíamos… En resumen, todo estaba saliendo perfecto...
Los problemas empezaron cuando, como última “atracción”, decidieron
probar el túnel del terror del Tibidabo “El hotel Kruger”, del cual yo ya había
oído hablar y tenía entendido que daba mucho miedo.
En
la familia de mis primos estos temas de terror como películas o atracciones
nunca habían sido un problema, incluso las disfrutaban así que la idea les
parecía a todos fenomenal.
El hecho
es que yo era y sigo siendo todo lo contrario, muchas cosas me asustan y me dan
miedo, así que nunca disfrutaba con ese
tipo de entretenimientos. Por ejemplo, de pequeño, tuve durante mucho tiempo
pesadillas por el videoclip de la canción Thriller.
En
resumen , acepté para no quedar mal frente a mi primo pequeño. Cosa de la cual
me arrepentí desde el minuto 1. Realmente eran buenos actores porque pasé
algunos de los peores ratos de mi vida: con monstruos que parecían demasiado
reales, cuadros que te seguían con la mirada, la niña del exorcista etc…
Añadido al hecho de que estuve último en
la fila…
Llegué a
la habitación 666 (uno de los destinos finales) pegado a la chica que tenía
delante (me sigo preguntando qué habrá sido de ella) y con lágrimas en los
ojos. Allí, en la habitación, un actor que interpretaba al diablo, proponía
seguir por el estrecho final o salir como un cobarde. Sin dudarlo ni un
segundo, salí, cosa de la cual no me arrepiento.
Desgraciadamente,
tuve pesadillas durante al menos una semana, pero de ahí saqué una conclusión,
que nadie te puede obligar a hacer algo que no quieres, y que si lo haces para
no quedar mal eso te tiene que importar aún menos. Este ha sido mi lema desde
ese entonces y hasta hoy en día.
LOIC
Sola
ante el peligro
Antes de empezar creo conveniente que sepáis que siempre he sido una persona muy despistada. De hecho todavía lo soy pero mucho menos que cuando era pequeña. No es algo que yo haga voluntariamente, simplemente tengo muy poca memoria y me distraigo muy fácilmente. Ahora que lo sabéis, puedo empezar a narrar mi recuerdo.
Todo
empezó cuando tenía 5 o 6 años, no lo recuerdo muy bien, era una tarde soleada
y estábamos mis padres, mi hermana mayor y yo en un centro comercial. Recuerdo
que mi hermana y mi padre habían salido antes del parking y mi madre y yo nos
habíamos quedado un par de minutos más allí.
Al
salir mi madre y yo, nos dirigimos a las escaleras, y yo, sin prestar atención
a dónde iba mi madre, me subí al ascensor que se encontraba al lado de las
escaleras, en el cual había más gente.
Cuando
mi madre se dio cuenta, yo estaba subida en el ascensor y las puertas se
estaban cerrando.
Recuerdo
a mi madre gritando para que me bajase y a los pasajeros del ascensor sorprendidos apretando
botones para que se abrieran las puertas.
Unos
segundos más tarde, estaba cuatro pisos más arriba y mi madre estaba subiendo
las escaleras corriendo con mi padre que la había oído.
Al
llegar arriba, salí del ascensor y me di cuenta de que estaba sola sin mis padres, perdida, en
medio de un centro comercial que no conocía. Me sentía muy sola y me puse a
llorar, tenía mucho miedo y estaba rodeada de gente desconocida.
Finalmente
llegaron mis padres cansados de correr y mi madre me abrazó.
Gracias
a esa experiencia, empecé a estar más atenta en mi día a día y
ahora sé que si no me hubiese pasado hoy sería una persona muy diferente.
Léa R.
UNA RECOMPENSA MERECIDA
Era un día
de Reyes normal y corriente sobre las 10h de la mañana y fuimos a casa de mis
abuelos a abrir los regalos. Ellos nos esperaban con muchas ganas . Nosotros
estábamos nervioos por saber si eran nuestros regalos y no era carbón, ya yo que no me había portado muy bien durante
las últimas semanas.
Al
llegar vimos montones de regalos ¡parecía una fábrica de juguetes!.
Un rato después
llegaron mis tíos y tías y mis primos
que son mayores que yo y por fin pudimos
empezar a abrir los regalos , y fue aquí cuando empezó todo…
Al
principio todo iba fenomenal había
mangas, figuritas, una silla gamer y un PC y cuando pensaba que todo había
acabado me dieron un último regalo era muy grande (eso pensaba entonces) y lo
que había dentro era un lego Lamborghini de color verde claro ¡era una
maravilla! Pero aún no sabía lo que iba
a pasar…
Los días
pasaron y aún no lo montaba porque tenía muchas piezas y cuando lo quería
montar tuve el COVID 19 . Entonces tenía que esperar hasta curarme pero el tiempo me parecía infinito, por lo tanto le empecé a
montarlo…
Aquí es
donde vino mi mala suerte pero al mismo tiempo descubrí el significado de la
paciencia os explico:
Cuando empecé a montarlo era más o menos difícil
pero se fue complicando y al tiempo me empecé a equivocar y a estresarme hasta
el punto de querer romper todo mi duro
esfuerzo.
Al cabo de semanas de duro trabajo logré acabarlo del todo y en ese momento
entendí que tenía otra sorpresa: aprender
el valor de la PACIENCIA.
Félix
Rodríguez 3ème7
Era el 31 de diciembre de 2015 mi familia y yo estábamos pasando las Navidades en Suiza. Eran las 23 p.m. de la noche y nos estábamos arreglando para ir a la fiesta que organizaba el hotel en el que nos alojábamos. Cuando salí de la ducha empecé hacer el fantasma con la toalla, tropecé con la propia toalla y me di un fuerte golpe con la esquina de la cama en la barbilla.
De
inmediato comencé a llorar, mi hermano tuvo que salir corriendo a avisar a mis
padres que estaban en la habitación
justo al lado.
Cuando
llegó mi padre me puso una toalla en la barbilla para intentar frenar la
hemorragia. Estuve 5 minutos en la cama esperando a que llegara la
ambulancia.
Cuando llegamos a urgencias, no había nadie
esperando y de inmediato me atendieron.
Me atendió un médico muy simpático, por cierto. Me tuvieron que
dar 11 puntos. Cuando el médico acababa de curarme ya era año nuevo. Lo
pasamos mi padre y yo en urgencias con el médico que me atendió.
Ese día aprendí que un momento de
imprudencia puede cambiar radicalmente nuestros planes y ¿quién sabe? tal vez
nuestras vidas.
BOSCO VINZIA