COLABORACIONES DE LOS ALUMNOS DE 3ÈME

Hola , damos la bienvenida a nuestros lectores. Por orden de publicación y orden alfabético , podréis leer a continuación los recuerdos de infancia de los alumnos de 3ème 1 y 3ème 7 del curso 2022/2023.
Esperamos que os proporcionen un buen rato de lectura...

RECUERDOS DE LOS ALUMNOS DE LA CLASE DE 3ÈME 1

RECUERDOS DE INFANCIA 3ÈME1 CURSO 2022-2023

         SI QUIERES ALGO, ESFUÉRZAT 



Cuando tenía 5 años empecé a aficionarme a ver un deporte que a casi todo el mundo gusta (el fútbol ). Le dije a mi madre que me gustaba mucho este deporte y me inscribió en un club de fútbol.

Al principio jugaba muy mal porque era la primera vez que hacía deporte. Tenía 2 entrenamientos: el miércoles al acabar del colegio y el sábado.

A veces tenía partido el sábado y mi padre venía a verme jugar.

Una vez, en un partido, un chico vino a hablar conmigo y me dijo que yo era mal jugador y debía dejar ese deporte. Yo era pequeño y estaba muy triste.

Pero el karma existe....

Después de este partido tengo trabajé, trabajé y trabaje para mejorar...

Dos años más tarde me reencontré   con aquel o jugador en un partido , durante el cual, le metí un gol y nuestro equipo venció .

Esta es la prueba de que si quieres conseguir un objetivo , solo esforzándote lo lograrás.

SANDRO BARET


                        ¡ INFLAMABLE!



Fue en el patio de una escuela en Francia. Tenía más o menos 6 años y estaba en “grande section”.   En el patio de la escuela había plantaciones con tierra para actividades de jardinería. Como teníamos las manos manchadas de tierra, nos fuimos a lavarnos las manos un amigo y yo.

Habíamos empezado a lavarnos las manos ; me puse jabón y cuando mi amigo estaba a punto de ponérselo, se detuvo y vio sobre el embalaje plástico del jabón, un pequeño símbolo que decía que el producto era inflamable : se parecía a una llama de color rojo . Pero mi amigo y yo a nuestros 6 años, no sabíamos lo que significaba y tuvimos un ataque de pánico. Y mi amigo dijo que creía que mis manos se iban a inflamar. Enseguida puse mis manos bajo el agua y me dijo que si corría bastante rápido, podía ser que no pasase nada pero si no,al día siguiente mis manos se iban a inflamar.  Me lo creí TODO y no pudeormir aquella noche.    A la mañana siguiente, tenía mucho miedo y no quería ir a la escuela. Cuando les conté a mis padres porque no quería ir a la escuela, mee explicaron todo y me sentí idiota al creer en alguien que no sabía mucho másque yo.La moraleja que aprendí es pedir consejos a quien de verdad entiende de un tema y sobre todo a no preocuparme tanto por cosas que, tal vez, nunca sucederán.   Como dice el refrán :

“ No te quites los zapatos antes de llegar al río… Tal vez hay un puente ”.

 CÉSAR BILLET

 

Veranos en Córcega


Éste es un recuerdo de mi infancia en Córcega, sitio al cual sigo yendo aún cada año. Os

hablaré de un día en particular que aún guardo en mi memoria.

 Si me acuerdo bien, yo tenía unos 10 años y viajaba desde España en avión. Mi destinación era Córcega, una isla preciosa en la cual tengo una casa que está bastante cerca del mar.

Cada verano voy allí con mi familia y me reencuentro con mis amigos a  los que ya conozco

desde hace largo  tiempo y que me caen muy bien. Os explicare cómo sucedió el

encuentro.

 

Fue un día de los de siempre, con calor, con el agua cristalina y cálida, con la arena suave.

Era un día no muy nublado con poco viento. Estábamos mis hermanos y yo jugando con

unas tablas de surf de plástico. Jugábamos con las pequeñas olas.

Pero entonces cuando  ya queríamos volver a nuestra casa de repente vinieron tres chicos uno de mi edad otro de   8 años y otro de 6. Nos preguntaron entonces si podían jugar con nosotros, y dijimos que sí   para poder divertirnos un poco más.

Cogieron nuestras planchas y comenzamos a jugar,  luego fuimos con ellos a comer algo porque ya era la hora de la merienda.

Pero entonces   cuando tuvimos que irnos, para volver a casa, nos dijeron que al día siguiente volverían de   nuevo a esa misma playa y que así podríamos vernos al día siguiente. Y así fue durante    todas las vacaciones.

 

Desde entonces nuestra amistad sigue en pie, seguimos yendo siempre al mismo lugar

donde nos encontramos y seguimos disfrutando de las vacaciones juntos. Este año ya

llevaremos 4 años de amistad. Ahora, cada vez que veo el mar siempre me acuerdo de la  preciosa isla y mantengo  las  ganas de volver cada año.

 

EDUARD BOETA

 

LA VIDA TE DA SORPRES


De pequeña era muy feliz, pero uno de mis mejores recuerdos es la navidad del año 2018. Esta Navidad sería diferente de las otras porque siempre nos quedábamos en Navidad en casa y para año nuevo nos íbamos a otro país : Hong Kong , Países Bajos   o  a otra región de España, como Madrid,...

   Como decía, era diferentes de las otras Navidades  porque a principios de diciembre mis dos tíos por  parte materna, que viven en Colombia, vinieron a visitarnos.

 Yo no lo sabía, y mi madre tenía que venirme a buscar al cole. Cuando entré en el coche estaban ellos dos dentro, me sentí feliz y empecé a llorar porque pensaba que no los volvería a ver hasta el próximo verano. Les deje mi habitación porque tenía una cama nido y yo me quedaría en un colchón inflable del Decathlon en la habitación de mi hermanito.

 Después ellos regresaron el 17 a Colombia, y yo me puse muy triste porque no los vería más hasta el verano siguiente (el verano de 2019). Mi madre tuvo la gran idea de que fuéramos por Navidad a Colombia por  sorpresa.

Yo sentí felicidad  porque a mi me encantaba estar allí y ver a mi perrita Siouxie y a  mi prima Sofía, éramos tan inseparables que nos decían que parecíamos siamesas. Y también  ver a toda mi familia,me hacía sentir muy feliz.     Hicimos las maletas y nos fuimos “en secreto” hasta Colombia sin que nadie supiera que íbamos.

 Al llegar a la casa de mis abuelos ya era de noche, por eso decidimos dar la sorpresa por la mañana, pero no nos podíamos quedar en la calle hasta que amaneciese. Por eso decidimos llamar a mi tío Danilo ( que vivía con mis abuelos) y explicarle todo el plan que teníamos.

     Por la mañana fuimos en silencio al piso de arriba para darles la sorpresa pero aún no habían salido de la habitación . Al entrar, mi abuelo le estaba dando un masaje en la espalda a mi abuela y poniendo cremas para el dolor de espalda. Al vernos mi abuela gritó de felicidad y mi abuelo empezó a llorar. Yo corrí hacia mi abuelo y mi hermano hacía mi abuela. 

 Pasamos  tan bien las vacaciones que desde entonces  es una tradición ir por Navidad a Colombia aunque también vayamos en las vacaciones de verano.

 A veces, la  vida nos presenta oportunidades que no teníamos en nuestros planes y que al final resultan ser el mejor regalo para vivir el presente, compartir con la familia y construir buenos recuerdos.

 CATHERINE CARBONEL




IMPACIENCIA

 


 

 Cuando tenía 9 años ya jugaba al basquet. Jugaba en mi ciudad Rueil Malmaison, en Francia.

 Un día, un sábado, creo, era día de partido. Mi equipo jugaba fuera , contra un equipo de la ciudad vecina.

 Era mi primer partido. Estaba estresado.

El partido empezó y nadie conseguía ganar con más de 5 puntos de diferencia.

Yo todavía no había metido canasta. Me acuerdo que estaba triste pero que daba todo lo que tenía para ayudar.

 Cuando quedaban 30 segundos, conseguí recuperar un rebote, empecé a botar y a correr a la canasta. En ese momento lancé la pelota. Toda la gente miraba, los padres de los compañeros de mi equipo querían que  entrase la pelota y… finalmente entró.

El peor recuerdo de mi vida empieza realmente ahora. Cuando la pelota entró era la primera canasta de mi vida y como había jugado antes a  fútbol empecé a celebrar y el jugador que tenía que defender empezó a correr, pero yo no lo vi, porque había cometido  el error de celebrar.

 

Le pasaron la pelota, metió una canasta en el  último segundo y ganaron el partido por mi culpa. Esta experiencia quedó en mi memoria hasta ahora. Cuando era más pequeño, cuando lo recordaba quería llorar.

 Lo bueno de esta experiencia  es que al final me enseñó a dar todo lo que tengo hasta el final, y no pararme  ni un  segundo antes de  que acabe.

 De esta experiencia aprendí la PACIENCIA y que ser impaciente puede tener consecuencias.

 

 ANTOINE CARLE

 

PERDIDO


 


Un cálido día de verano, íbamos mi madre, mi hermana y yo a comprar algo, por la tarde, al supermercado   que hay  al lado de mi casa.

 Debía tener entre 4 y 6 años e iba en mi bicicleta un poco por delante de ellas.

Recuerdo que me lo estaba pasando muy bien y que iba muy rápido, también recuerdo que mi madre me avisó varias veces que no tenía que ir tan lejos de ellas porque quería poder verme. Al cabo de un gran momento de felicidad me giré para verificar que mi madre y mi hermana me seguían y entonces me di cuenta de que no estaban.

 En ese momento comencé a angustiarme y a buscarlas gritando sus nombres, pero nadie me respondió.

 Entonces me puse a llorar desesperadamente buscándolas y llorando con todas mis fuerzas, con la esperanza de que las encontraría.

 Pasé unos 15 minutos buscando, hasta que en un momento, a lo lejos vi a mi hermana que me estaba buscando también.

Corrí hacia ella con todas mis fuerzas y la abracé. Poco después llegó mi madre preocupadísima, me riñó y me abrazó fuertemente contra ella.

 Aquel día aprendí una importante lección:

 “Es primordial prestar atención a lo importante aunque  estés pasando un buen rato.”

   Tom Carrillo Verrier

 

UN VIAJE CASI PERFECTO

Un día, cuando iba  a Montserrat para pasar el fin de semana con un grupo de amigos, quedamos en la estación de Sants y cogimos el ferrocarril hasta Montserrat.

Cuando llegamos, mis amigos bajaron del ferrocarril y cogieron las maletas. Fui el último en pasar  las maletas a los demás.

 Cuando todas las maletas estaban con mis amigos, fuera del ferrocarril, cogí  mi maleta y justo cuando me iba a bajar, las puertas se cerraron delante de mí. El ferrocarril partió   hacia su nuevo destino.

Vi que mi grupo se alejaba a medida que el tren avanzaba. Me asusté un poco  porque estaba solo en un tren, un lugar desconocido para mí, donde todo el mundo hablaba español y  catalán, y... ¡yo sólo hablaba francés!

Entré en pánico, pero en ese pánico me reí de lo inesperada que era mi aventura.

Busqué mi  teléfono en la mochila durante mucho tiempo y llamé a un amigo mío.

Recibí muchas llamadas  porque estábamos buscando una solución. Una persona del ferrocarril me habló pero no pude entender  lo que decía porque él hablaba español y yo no. Sólo entendí que me decía la dirección del otro  ferrocarril para volver a Montserrat.

 En ese momento mi amigo me llamó y me habló del padre de  otro amigo que también venía para pasar  el fin de semana. Venía en coche y me iba a recoger para volver a  Montserrat. Me envió su número de teléfono. Cuando llegué a la estación, me bajé y salí .

Envié mi ubicación al padre de mi amigo y esperé, esperé, esperé. Unos quince o treinta minutos  después, vi llegar el coche esperado. Me sentí feliz y aliviado. Todo salió bien y mi fin de semana fue   estupendo.

Esta historia me enseñó que cuando alguien necesita ayuda, siempre hay alguien cercano que puede   ayudar ( mi amigo y el padre de mi amigo) y que ayudar que lo necesita esa ayuda es lo más fantástico   que se puede hacer.

 

AUGUSTE DE POMPERY

Una ecuación sin resolver

 

El año pasado, en el segundo trimestre de 4ème, tuve un examen de matemáticas que  me salió muy mal. Tuve un 9/20. Y a mí, una persona  que  normalmente tiene  bastantes buenas  notas, me sorprendió. Aunque sabía por qué saqué una mala nota: no había revisado la  semana anterior. Pero, mis años precedentes en la escuela, nunca tuve que revisar antes de un   examen para sacar buenas notas.

 A mis padres, habitualmente no les importaba realmente qué notas tenía, pero cuando  mi padre descubrió mi nota, decidí pasar una hora del domingo para aprenderme el tema que   no había entendido. Me dijo que era algo realmente importante para el resto de mis años en la   escuela, y que si no la entendía tendría problemas y un retraso en los cursos siguientes.

Temía la llegada de ese domingo, y cada día que se acercaba, me sentía peor…   Finalmente el día había llegado. Mi padre se puso a mi lado en la mesa del salón. Me había   pedido ver mi libreta, para ver exactamente lo que habíamos estado trabajando. Primer   problema: la manera  en la que él había aprendido todo eso era completamente diferente a la mía.

Él me iba  explicando cada parte del examen, yo  no  entendía nada. Me dio ejercicios con problemas similares, no me salió bien ninguno, porque  no entendía lo que estaba diciendo.

Durante 2 horas mi padre intentó explicarlo, pero al cabo   de un tiempo, él se frustró porque yo  no entendía, y yo porque no me  lo estaba explicando   claramente.

Él se puso a gritar a cada ejercicio, yo  me sentía tan incómodo que no podía   escuchar lo que estaba diciendo, después de un rato no podía más, me levanté y me fui a mi   cuarto. Yo no había aprendido nada, y mi padre y yo casi no nos hablamos en varios días...

Ambos estábamos motivados para hacer avanzar las cosas, pero aquel intento de  acercarnos, paradójicamente nos alejó aún más.

De alguna manera siento que ambos lo sabemos, y no sentimos la necesidad de hablar

de ello, y supongo que ambos confiamos en que el tiempo hará su trabajo, sin volver a

mencionarlo.

Hasta que compartí con mi padre que teníamos que escribir sobre un evento de

nuestra infancia  en clase de  Español, y casualmente mencioné que elegí nuestro encuentro matemático... 

A veces la comunicación no es fácil   comunicarnos y entendernos con las personas a las que más queremos, a pesar de ello, merece la pena seguir intentándolo   .


 LEON DUCHATELET

 

EL MEJOR REGALO

 


Uno de mis grandes sueños, desde pequeña, era ir a Nueva York. Cuando tenía 9 años, mi madre me prometió  que sería una experiencia que viviríamos juntas, ella y yo solas, cuando cumpliera 15 años.

En Sant Jordi de este año, sin que yo lo esperara, mi madre me dio la gran noticia de que en menos de 3 meses  nos íbamos a Nueva York. ¡Iba a cumplir mi sueño! Sentí una gran emoción, no podía contener las lágrimas, no  me lo podía creer.

Después de 3 meses de larga espera y muchos nervios llegó el día de irnos. Me desperté a las 7 de la mañana,  acompañé a mi hermano al colegio, acabé de preparar la maleta y llegó el taxi para llevarnos al aeropuerto.

Unas horas más tarde aterrizamos en el JFK, mi sueño se estaba haciendo realidad y me sentía muy feliz.

Durante los 5 días que estuvimos en esta gran ciudad, visitamos distintas zonas, especialmente Manhattan, rascacielos y museos como el de Historia Natural o el Museo Metropolitan, pero, sobre todo disfruté, el tiempo a solas con mi madre, tiempo que a veces es difícil encontrar en el día a día.

El primer día, mi madre me dijo que yo me encargaría de hacer de guía por la ciudad, incluso en el metro, y así  fue. Esto me ha dado mucha confianza para moverme, si fuera necesario, por una ciudad que no conozca yo  sola.

Tras 5 días muy intensos y una noche sin dormir, llegamos a Barcelona. Estaba muy cansada pero llena de  nuevos recuerdos y me sentía muy feliz.

Este viaje, además de ser un sueño cumplido, me ha enseñado, por un lado, un tema práctico : desplazarme por  una ciudad desconocida con confianza, y también dos cosas mucho más importantes, la primera que las  promesas se han de cumplir y la segunda, y más importante: que lo importante del viaje es con quién lo compartes, el tiempo  que pasas con esa persona y los recuerdos que ya no se olvidan.

 

CRISTINA FLAQUER

 

UN GRAN CAMBIO



“Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino   aquellas que se adaptan mejor al cambio” dijo  Charles Darwin.

Eso significa que una persona no cambia sola, sino por su entorno. Quizás parezca muy radical, pero de alguna manera, es lo que me ha pasado.  Tengo 14 años, y aunque no sean muchos, se podría decir que no soy la misma que antes.   A lo largo de mi vida, me he equivocado, he rectificado, y luego aprendido. Es un ciclo por el que debemos pasar todos si  queremos evolucionar para bien.

Aún así, cuando era más pequeña, era diferente, muy diferente. A continuación voy a explicar lo que  pasó.

Como indudablemente sabréis, hace casi tres años una pandemia afectó a todo el globo terrestre, sin  excepción. Esta pandemia se llevó consigo innumerables alegrías, arrastró millones de vidas y afectó   psicológicamente al planeta entero.

El 13 de marzo de 2020 era el día de mi cumpleaños, y una amiga nuestra había venido a pasar aquel  primer viernes de clases a distancia con mi hermana y conmigo. Había sido un buen día. Por la noche vinieron  sus padres, y mi hermana y yo soplamos las velas. Después de la cena, como sabíamos que el mundo estaba en  pandemia, decidimos encender el televisor para informarnos de eventuales novedades. De repente, el   presentador anunció que a partir del sábado 14, nadie podría salir de sus casas sin justificación hasta nuevo  aviso; era el principio del confinamiento. En ese momento todo se volvió gris; no entendía muy bien. O en realidad sí, el problema era que no lo  aceptaba.

Mi amiga y sus padres se marcharon a sus casas y así acabó el día de mi duodécimo cumpleaños; un día  bastante melancólico. Así pues, ese fue probablemente el peor cumpleaños de mis pocos años de vida, del que  solo recuerdo imágenes de color gris.

Durante la etapa del confinamiento, mi vida era muy rutinaria y un tanto triste; me despertaba cuando  mi padre se había ido, y pasaba el resto del día principalmente delante del ordenador. O debería decir “con”, ya  que se podría considerar mi mejor amigo de aquel entonces. En pocos días aprendí muchas cosas como poner la  lavadora, el lavavajillas, tender la ropa en un tiempo récord, y junto con mi hermana mayor nos convertimos en  las chefs particulares de la familia.

No solo aprendí las tareas domésticas, aprendí también algo muy diferente; cómo es la vida de verdad.  Experimenté  uno de los peores sentimientos: la soledad.

Antes del confinamiento yo era una niña de once años, bastante dulce y muy feliz, y cuando salí  de él, había madurado. Durante el confinamiento aprendí cómo las cosas pueden cambiar de un momento  a otro, aprendí la verdadera paciencia, aprendí lo que son las inseguridades. En conclusión; desperté al  mundo tal y como lo veo hoy.

Mila Flores

LA PERSEVERANCIA


Cuando era más pequeña, tenía muchas dificultades en el trabajo para aprender a leer y a escribir.    Mi padre y mi madre estaban muy preocupados por el futuro y en CE1 tenía una ortofonista para intentar averiguar cuál era mi “problema”.  Después de medio  mes, me diagnosticaron una  dislexia muy fuerte. En CM1, los problemas se intensificaban y en CM2 decidieron que iba a trabajar con una ayudante.  Al inicio, no me sentía cómoda con la ayudante porque veía que los otros alumnos eran autónomos y  “normales”,  pero con los años me sentí cada vez mejor sin juzgarme a mí misma.Con todo esto, he recibido y todavía recibo mucha ayuda de parte de  los profesores, la escuela y mi familia.  Hoy,  tengo mucho menos problemas que antes  pero sigo luchando por mejorar cada vez más. Vivir con la dislexia  es difícil pero con perseverancia siempre lo consigues superar. 

MÉLINE IMFELD

 

Las consecuencias de mis actos

 

Cuando tenía tres años más o menos, y vivíamos en Francia, en algún momento del año mi madre estaba en un congreso en Alemania.

Yo estaba con mi padre en nuestro piso. Teníamos que coger el  tren para ir a ver a mi madre. Poco tiempo antes de que fuera al congreso, mi madre había comprado  abrigos para mí, éstos estaban tendidos en el tendedero del salón. Mientras mi padre acababa de  prepararse y de coger las últimas cosas, yo me puse a pintar con rotuladores todos los abrigos nuevos,  que, en mi imaginación, eran blancos para poder pintarlos mejor.

Supongo que en ese momento me sentía orgullosa de mi obra de arte, pero mi padre no parecía sentir  lo mismo cuando lo vio.

 Íbamos tarde, como muchas otras veces, y por lo tanto mi padre no tenía tiempo de volver a  lavar los abrigos y los puso tal cual en la maleta.

 Afortunadamente, mi madre es muy previsora y había comprado rotuladores lavables, con lo cual, cuando lo lavamos  los abrigos en Alemania, toda la tinta salió muy  fácilmente.

Ahora lo recordamos  como una anécdota graciosa, pero en su momento, por culpa mía casi perdemos el  tren, porque ¡lo conseguimos coger sólo diez segundos antes de que se fuera!

En conclusión, diría que años más tarde, me río mucho de lo que hice aquel día, pero sobre todo me di  cuenta de lo importante que fue la previsión de mi madre porque gracias a ella, pudimos afrontar el  problema de los abrigos pintados, pero también es muy útil para lo  cotidiano, porque si eres  previsor/a, puedes evitar muchos problemas. El ejemplo que me dio a seguir mi madre ese día me ha  sido muy útil ya que gracias a la previsión me he podido ahorrar numerosos problemas. Puedo decir que  esta experiencia vivida me ha sido realmente provechosa.

 

Nathalie Lambert Moreno


                          LO CONSEGUÍ

 



 Una mañana de otoño, en Neuilly, cerca de París, hicimos el recorrido por el lago de Boulogne, como hacíamos, de costumbre, todos los domingos. Es un lugar lleno de árboles, condiversos caminos que te llevan al centro, donde hay un bonito lago en el que viven patos todo el año.

Para llegar desde mi casa hasta el parque, como muchos niños de mi edad, iba en bicicleta con ruedines. Mi hermano pequeño iba en su patinete y a menudo nos divertíamos juntos corriendo alrededor del lago con nuestros amigos…

Pero siempre me acordaré de aquel día tan especial para mi familia y para mí. Todos estábamos disfrutando del buen día que hacía, y de pronto mi padre me preguntó  cuándo iba a ir en bicicleta como una “niña mayor”, lo que implicaba que un día me tendrían que quitar las ruedas traseras de mi bicicleta.

Yo, que nunca había ido sin mis ruedas traseras, respondí con firmeza que no quería quitarlas, ya que tenía miedo de caerme. Sin embargo, mis padres me dijeron que algún día lo tendría que intentar.

 Fue entonces cuando a pesar de mi negativa, mi padre me las quitó y ya no tenía elección si quería seguir divirtiéndome con mi bicicleta…

Decidí probar. Intenté mantener el equilibrio, pero me caí y así sucesivas veces. A pesar de ello, gracias al ánimo de mis padres, decidí levantarme y volver a probar una y otra vez. Y en una de estas veces llegó el momento más especial, puse mis pies en los pedales…

¡Lo conseguí! Contentísima de haberlo conseguido fue cuando me di cuenta de que no importa las veces que te caigas, lo importante es levantarse y volverlo a intentar.

Para conseguir algo hay que intentarlo varias veces y no dejarse vencer por el miedo.

SHANI .L.M

 

                               LA AVISPA


Era un día de verano de 2019 y con mi familia nos fuimos a nuestra casa de vacaciones al lado de Carcasona para el bautizo de mis hermanos pequeños, que era al día siguiente. Además habíamos  invitado a mis abuelos y mis primos y lo pasamos muy bien.

Pero, esa mañana, más o menos a las 11, cuando mi abuelo estaba nadando en la piscina, una avispa le  picó en la mano. Hay que saber que mi abuelo es muy alérgico a las avispas y sin ayuda de los  médicos o de los bomberos puede morir en 30 minutos.

Lo sabía antes de ocurrir esto pero no me  daba cuenta de que podía ser tan peligroso. Salió del agua y se dirigió hacia la terraza mientras mi  abuela estaba buscando las inyecciones de adrenalina.

 Mi abuelo se inyectó la adrenalina  normalmente, pero habíamos olvidado llamar a los bomberos. Mi madre los llamó y todos nos  dirigimos hasta el portal de la casa para esperarlos. Desgraciadamente, ese día, había atascos.

 Toda la  familia estaba llorando y los minutos pasaban como horas. Y, al cabo de unos 15 minutos, la  ambulancia llegó y los médicos salieron corriendo hasta mi abuelo, que, mientras llegaba la  ambulancia, estaba empezando a tener muchos problemas para respirar  .No pude ver el resto de la intervención de los bomberos porque mi tía nos dijo que fuéramos a casa  para mirar la televisión. Finalmente, mi abuelo sobrevivió y pudo asistir al bautizo de mis hermanos.

Hasta ahora, mi abuelo ha sufrido picaduras en 2 ocasiones  más (una de las dos yo estaba con él) y sigue una  cura de desensibilización.

 Este evento me hizo comprender lo que era la muerte y que la vida no es  eterna.

STANISLAS LEGOIS


Superando la enfermedad



Un día, cuando tenía cuatro años, empecé a sentirme muy mal y no mejoraba. Mis padres me llevaron al CAP y allí estuve casi dos horas, pero, como no mejoraba, me llevaron al hospital donde me ingresaron. En el viaje para llegar allí fuimos en ambulancia y ese día había un partido muy importante del Barça así que estuvimos en atascos y yo oía a la ambulancia pitar y todos los coches pitando entre ellos así que no paraba de llorar. Cuando por fin llegamos al hospital, me instalaron en una habitación y me hicieron todo tipo de pruebas para saber lo que tenía pero no encontraron nada. Estuve allí dos semanas , no comía casi nada y lo único que hice fue mirar la tele y hacer puzles , esperando a que diagnosticaran lo que tenía. Todo ese tiempo mi familia estuvo apoyándome e incluso vino mi familia de Ibiza por mi “cumple” ya que lo pasé en el hospital. Aunque lo intentaron esconder, vi que mis abuelos lloraban mucho y dormían conmigo para no dejarme solo. Después de dos largas semanas de pruebas para ver lo que tenía me sentí mejor, aunque no supieran lo que tenía, así que me fui sin que hubieran podido diagnosticar cuál era mi dolencia. Después de eso nunca he vuelto a oír algo sobre ese tema y nunca nadie ha sabido lo que tuve, pero tampoco necesito saberlo. Ahora eso solo quedó como una experiencia que conseguí superar y me hizo más fuerte ya que como dicen “lo que no te mata te vuelve más fuerte”.

 

   Guillem Montserrat


                      CAERSE Y LEVANTARSE



Cuando era pequeña, pasaba mis vacaciones de verano en Francia, y solía ir a montar a caballo con mis primos. Recuerdo que era un miércoles soleado, por la mañana, cada uno de nosotros sostenía las riendas de nuestras respectivas monturas. A mí me habían asignado un poni que no me inspiraba confianza, ya que había tirado a muchos niños, y se pasaba todo el día subiendo y bajando la cabeza.  Todo iba de la mejor manera; estábamos haciendo recorridos y todo el mundo se lo estaba pasando muy bien. Llegó mi turno de lanzarme en el ejercicio; mi caballo empezó a desplazarse entre los conos, y en el momento de llegar al final de la pista, bajó la cabeza.  A partir de ese momento todo pasó muy rápido, y mis recuerdos son borrosos; me caí, tras dar una  voltereta en el aire, en la arena. Aún recuerdo el impacto de mi espalda en ella. Después, todo se volvió oscuridad a mi alrededor, una voz lejana gritaba mi nombre: me había desmayado.    Cuando por fin me desperté, habían llegado los bomberos. Mis padres, primos y profesora estaban asustados, y el cielo se había nublado. Me llevaron al hospital en el camión de los bomberos y me hicieron varias revisiones para asegurarse de que no tenía nada roto.  Volví a la hípica para tranquilizar a mi profesora. No me dejé vencer por  el miedo y me volví a subir a un caballo. A día de hoy sigo montando y lo disfruto mucho. De esta experiencia he aprendido que no importa cuán fuerte sea la caída, hay que seguir avanzando. Lo importante es levantarse y volverlo a intentar, ya que las caídas forman parte del aprendizaje. 

 Ines O.

 

NO TE RINDAS

 

Cuando era pequeño me fui con mi padre en bicicleta, pasábamos por un bosque. Todo iba bien hasta el momento en el cual me caí. Tenía sangre en las manos y en la punta de mi nariz. A partir de este momento en el cual me había hecho daño tenía un “trauma” no podía subir más en una bicicleta.

Durante 2 o 3 años no toqué más una bicicleta.

Pero un día mi tía me convenció para salir con ella en bicicleta, en este paseo caí muchas veces, caía pero me levantaba y continuaba.

Al día siguiente ya sabía de nuevo bicicleta, bueno ya sabía hacerlo pero me faltaba confianza. Pedí a mi tía  salir con la bicicleta.Pienso que sin ella no habría podido vencer mi miedo y  tener la felicidad de llegar a vencerlo. Este aprendizaje de la bicicleta me enseñó que si tienes miedo tienes que vencerlo y continuar sin rendirte.

 SACHA RAMADOUR

 

UN TEMOR QUE VENCER



Un día de verano, con  mi familia y unas amigas de mi hermana decidimos ir a Port Aventura, tenía alrededor de 9 años.   Estaba muy feliz porque fue una de las primeras veces que iba a Port Aventura.La primera atracción a la que subimos  fue el furious backus, una montaña rusa no muy violenta. Pero me acuerdo cuando decidieron ir a Ferrari Land, a montarse en la nueva atracción, no sabía cómo era hasta que la vi. Me entró un miedo terrible , medía  unos cien metros de altura, y de repente vi subir los vagones muy rápido. Ahí es cuando me di cuenta que lo iba a pasar muy mal si me subía. En la cola, observé un panel con algo escrito, decía que los vagones se podían frenar por el viento y volver a bajar. Solo con imaginarlo mi miedo aumentó.   Llegó la hora de pasar la seguridad para entrar a los vagones, había que medir más de 1,40 metros para entrar, entonces me midieron, y los superé, así que podía ya sentarme en un vagón. Elegí sentarme al lado de mi padre, porque siempre me agarraba a él con fuerza.
 Llegó el momento, estaba nervioso, tenía miedo, intenté tener la mente en blanco, cuando de repente los vagones arrancaron. Vi el cielo azul mientras subía  por la montaña, y en el siguiente pestañeo, ya estaba casi abajo otra vez. Luego me desabroché el cinturón y fui a la salida. M e sentía valiente por haberlo hecho solo con 9 años. Me tranquilicé un poco y continuamos el resto del día subiendo a diferentes atracciones y disfrutando de ese magnífico día. Desde ese día, me di cuenta de que el miedo puede privarnos de inolvidables experiencias

 

ISAAC RASOLOMANANA


UNA EXTRAÑA SORPRESA


 


 

Hace muchos años fuimos a Francia a casa de mis tíos en Mont Vuillot.

Mis tíos Elizabeth y Marc, montaron hace años una casa taller en la que construían órganos musicales para catedrales, y les empezaron a pedir órganos para catedrales de todo el mundo.

 

Cuando fuimos las Navidades en que  yo tenía 10 años, tenían un órgano en construcción en el taller. El taller se encontraba en el centro de la casa, y se veía desde todas las estancias de la vivienda, de manera que mientras se comía, se podía ver el avance de la fabricación, mientras se estaba en el salón también, mientras se miraba la tele también.

 

Uno de los días en los que estábamos ahí, ocurrió algo muy extraño. El órgano, que estaba en construcción en ese momento, era un órgano para una catedral de Tokio, y se encontraba casi finalizado. Estos órganos están construidos con una estructura de madera y tuberías hechas en acero, todo ello visible desde el exterior. Se montan y desmontan enteros en el taller y luego se montan en el lugar donde deberá ir finalmente.

Pues bien, una noche nos fuimos a dormir, con el órgano prácticamente acabado, y la mañana siguiente, el órgano había desaparecido, no quedaba ni rastro de él, se habían llevado hasta los planos que se dibujan para su fabricación.  Yo me desperté con un grito de sorpresa de mi tío al ver que había desaparecido. Ese órgano, era un trabajo de más de un año, y no podía entender cómo podía haber desaparecido. Después de unas horas de desconcierto recibió una llamada conforme lo habían ido a recoger para su transporte, algo que mi tío había olvidado por completo.

Al final, lo que parecía iba a ser un problema inmenso, se convirtió en un susto, y por la noche, lo celebramos con una copiosa cena.

 Esta curiosa experiencia me enseñó que ante los imprevistos, lo primero que se debe hacer  es pensar y analizar la situación.

ALEXA TORTOSA


RECUERDOS DE LOS


 ALUMNOS DE LA


 CLASE DE 3ÈME 7



La ruta más difícil

 




Era verano, un día soleado y caluroso. Ninguna nube tapaba el radiante cielo azul. Azul como mis sueños y mi sonrisa de niña.

Ese día, mis padres decidieron hacer una ruta para llegar al lago de la sirena azul, como le llamaba yo. Le llamaba así ya que en el fondo del agua había unas algas azuladas que me recordaban al pelo de un “ser de agua”. Ya habíamos ido a ese lago varias veces  pero nunca por el mismo camino, por lo que ir hasta ahí era siempre una nueva aventura.

 Con mis padres teníamos una sola regla: nunca ir por la misma ruta. Yo nunca entendí el porqué, pero mis padres solo me contestaban con un: “Ya lo averiguarás”.

El camino era fácil y bonito, lleno de mariposas y flores, principalmente azules. Recuerdo quejarme por lo aburrido que se me hacía el trayecto. Mi madre me respondía diciendo que disfrutara del bosque y de sus secretos.

 

Mientras caminábamos, mi padre siempre cantaba la misma canción sobre el pájaro azul que aprendía a volar a pesar de todas las dificultades. “El pequeño pájaro echó a volar, abriendo sus grandes alas azules mientras soñaba con más…”. Esa era mi parte favorita de la canción. Siempre me imaginaba las grandes alas azules del pájaro sobrevolando la montaña más alta. Para mí, cada paso significaba vivir más, significaba estar más cerca de aprender a volar y poder, por fin, abrir mis alas azules.


Lo que yo no sabía, es que ese fácil paseo se acabaría rápido. Llegamos a un punto en el que delante se levantaba un gran muro. Mi madre sin pensárselo dos veces subió, rápido y veloz. Vino entonces el turno de mi padre. En un abrir y cerrar de ojos, él también se encontraba en la cima. Era mi turno: miré hacia varios lados buscando algo que me facilitara la subida, pero lo único que había era un camino que ya conocía, y yo no iba a romper la regla. Busqué un buen apoyo y empecé a escalar. De golpe sentí mi mano resbalar y mi cuerpo aterrizar en el suelo: me había caído. Mis rodillas estaban sangrando, pero no era excusa. Volví a buscar el punto de apoyo y ahora que sabía mis errores, pude llegar con más facilidad hasta mis padres. Ellos me abrazaron y me felicitaron. Yo solo sonreí. 

Miré a mi alrededor: la paz que me transmitieron las vistas se quedó para siempre en mi memoria. Todos los ríos, lagos y bosques, todo en perfecta harmonía.

 Ahora recordando ese día, puedo afirmar que el camino correcto no es el más fácil. Y que como dijo Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

 

Lou Álvarez 3º7

 

 

 

                                       UNA NOCHE DE TERROR




Todos los años voy a esquiar con mis primos de Francia. Nos alojamos en un albergue de esquí durante una semana, vamos allí cada mes de  febrero. Este  albergue estaba situado en medio de “la nada”, el pueblo más cercano estaba a unos 10 minutos en coche. Y yo había convencido a los adultos para tener un cuarto para mí solo. La habitación se situaba en la primera planta. En realidad era un garaje transformado en cuarto y seguía existiendo la puerta del parking. La casa tenía 3 pisos: el primero con mi habitación y la entrada, el segundo con el salón, la cocina y el comedor y el tercero era  donde estaban todos los otros cuartos.

Yo estaba feliz y podía hacer “mi vida”, me despertaba, miraba el móvil y después iba a encontrar a los demás en el salón.

La última tarde volviendo de esquiar, mis primos que eran más mayores que yo, convencieron a los padres de ver una “peli” de miedo con el argumento de que era nuestro  último día, y que después no tendríamos miedo en nuestras casas.

El problema es que yo soy muy sensible con las películas de miedo. Así que apenas empezaba la película me tapaba los ojos y me escondía. Pero no me quería ir porque si no mis primos se hubieran reído de mí y me hubieran llamado cobarde.

Al cabo de dos horas, que para mí me habían parecido cinco, se acabó la película, nos fuimos todos a la cama. Me dormí y al cabo de dos horas me volví a despertar completamente bañado en sudor como cuando tienes una pesadilla pero no me acordaba de nada.

Fui a beber un vaso de agua, pero con miedo, y un presentimiento extraño. Sabía que era mi mente y que no hubiera tenido que mirar esa película de terror pero eso ya era pasado.

 

Cuando volví a mi habitación no me sentía seguro , sentía como si hubiera alguien. Muriéndome de miedo, me metí en la cama. Y cuando estaba a punto de dormirme después de unos largos 45 minutos, oí un ruido, como si diesen golpes a la puerta del parking.

Salí rápido de mi cuarto y subí las escaleras hasta las habitaciones para despertar a mi madre. Visto así diríamos que es un poco exagerado pero lo que estaba viviendo era un horror. Mi madre me dijo que era la última noche y que me fuera a dormir porque solo eran las 3 de la madrugada. No tenía opción, estaba obligado a volver a mi habitación.

 

Una vez dentro, lo primero que hice fue encender todas las luces del cuarto. Me tumbé sobre la cama y miré la puerta del parking fijamente. Escuchaba cada sonido, cada vibración. Cuando por fin amaneció, y escuché a los demás en el salón desayunando me sentí salvado como si me hubieran rescatado de un naufragio. Nos fuimos y durante las

dos semanas posteriores  casi no pude dormir por culpa de aquella película .

De esa experiencia aprendí dos cosas:  las películas de terror no están hechas para mí y que

 

nunca tendrías que dejar a los otros decidir por ti.

 

 

DIEGO BONIL

 

 

 

 

 

La importancia de la amistad

 

 

 


Hace bastante tiempo, cuando iba a Maternelle, tenía una vida “normal”. Tenía amigos y una

vida social como la de cualquier otra persona. Cuando terminé la Maternelle y tuve que ir a   Primaria, salté un curso y fui a un grupo  distinto al que habían ido mis amigos. Aunque en el primer año de Primaria fui a una clase que mezclaba alumnos de ambos cursos, el año siguiente me  separé de mis amigos y no volví a verlos. Estuve solo y sin amigos durante tres años, lo que

hizo que me quedara en una esquina del patio sin nadie con quien jugar.

Durante estos tres cursos, empecé a estar acostumbrado a la esquina del patio, en la que pasaba el tiempo pensando  en matemáticas (me gustaba particularmente ver que, cada vez que dividía un número entre 2, el  número se hacía más pequeño pero no llegaba nunca a ser 0).

Cuando llegué a 6ème, reflexioné  sobre mi vida y me di cuenta de que era más feliz en Maternelle con amigos que en Primaria.

Por culpa de la pandemia, no pude volver tardé algún tiempo en volver a tener amigos, pero he descubierto que la vida social es importante y que

 soy más feliz con amigos que sin ellos

 

 

 

MARC BRU

 

 

 

             La dichosa “aventura”

 


Hace    unos años, cuando era más una  niña , me pasó algo que cambió  de alguna forma mi manera de ver la vida.

Estábamos en Francia con mi familia: mi padre, mi madre, mi hermana y yo. Decidimos, como estábamos en la naturaleza alpina, ir a caminar por el bosque. Ese día el sol brillaba  muy fuertemente y el cielo estaba azul. Era verano. Salimos relativamente temprano, con las botas de caminar, las chaquetas por si acaso, la comida y el agua en las mochilas.

Estuvimos caminando un buen rato, y todo iba bien. Recuerdo que la humedad del bosque  refrescaba el ambiente pesado; todo parecía tranquilo.

Llegados al destino: un mirador que nos ofrecía una bonita vista sobre un lago: Le Lac d’Allos, nos paramos para comer: ya era mediodía y todos teníamos hambre. La comida después de la caminata nos sentó bien y decidimos que ya era hora de volver. Nos perdimos. Mi padre, que iba delante, se había equivocado de camino y yo iba quejándome y haciendo comentarios de que pasaría horas allí, en el bosque, con mi  familia, para volver por fin al coche e ir, finalmente a dormir.

La verdad es que en dos horas, con  un poco de “aventura”-como la llama mi padre- encontramos finalmente el sendero. Pero ya había oscurecido; y a mí la historia no me había agradado en absoluto: me sentía casi traicionada por mi padre, que se había equivocado de camino.

En su momento le guardé rencor, pero tras los años que han transcurrido, he de admitir que la dichosa “aventura” fue muy graciosa y perderse en el bosque de esta forma no es tan grave.

Me he dado cuenta de que aunque nos perdamos, en la vida siempre se puede aprender y disfrutar de las experiencias inesperadas que se presentan a nosotros.  Para   avanzar,   lo mejor es ver el lado positivo de las cosas: creo que si no hubiese       sido por mi padre, seguiría   paseándome por la vida sin parar de quejarme.

 

Ludmila Bujía Saint-Dizier

 

 

 

Un buen equipo

 

 

Hace cinco años, mis padres decidieron hacer un viaje alrededor del mundo durante diez meses en el que acabaríamos visitando catorce países.

Nuestro primer país fue Nepal. Nepal es un país que además de contar con una parte del Himalaya también cuenta con la selva de Chitwan situada en el sur del país con frontera con la India.  

Durante nuestra estancia en Nepal mis padres decidieron hacer un safari por la selva de Chitwan donde decían que se podían ver rinocerontes, osos, cocodrilos, tortugas y hasta Tigres de Bengala. Yo, al principio no quería ir porque la idea de visitar la selva montado en un 4 x 4 al aire libre y sin ningún tipo de protección contra posibles amenazas, me aterrorizó, pero finalmente acepté, medio forzado por mis padres y mi hermano.

Empezamos el safari  montados en una canoa de aproximadamente un metro de ancho en un río con cocodrilos, enseguida me gustó la experiencia y la adrenalina que eso me provocaba, pero a la vez sentí mucho miedo por no volcar la canoa y ser arrastrados o devorados por cocodrilos hambrientos.

Llegados a cierto punto atracamos la canoa y nos recogieron con en 4x4 que tenía asientos en el exterior. Recorrimos la selva durante una hora sin ver ningún animal especialmente interesante, hasta que llegamos a un río. El conductor del 4x4 se metió por la arena que bordeaba el río para dar media vuelta y regresar. Cuando ya casi había salido, las dos ruedas traseras se quedaron encalladas dentro de la arena. El conductor trató de salir pero no pudo. En aquel momento supimos que no se trataba de un 4x4 sinó que un 2x2. Entonces es cuando empecé a ponerme nervioso porque estar parado en un coche en medio de la selva al lado de un  río lleno de cocodrilos y con el peligro constante de ser atacado por un rinoceronte o un tigre, no era de lo más apetecible.

Sin embargo nos pusimos todos a trabajar colocando trozos de hojas secas detrás de las ruedas para que tuvieran un buen agarre. A medida que íbamos trabajando en equipo el coche se iba desplazando cada vez más. Al cabo de 1h30min conseguimos sacar por completo el coche de la arena.

Esta experiencia me enseñó muchas cosas como por ejemplo: que en las situaciones difíciles y estresantes es muy importante mantener la calma para vencer esa dificultad u obstáculo. También me hizo entender que para conseguir alguna cosa había que ser perseverante y trabajar duro formando un equipo en el que cada uno tenía su función.

 

ÁLEX CALONNE

 

 

 

                           No mires atrÁs

 


Me considero una persona con una facilidad de adaptación bastante grande y creo que esa capacidad me viene de cuando era pequeña. Cuando yo estaba en GS ya sabía leer, cosa que hizo que mi profesora me hiciera saltar de  curso. Pero antes de subirme de nivel, a mitad de año, me llevó a una clase de CP para ver si era capaz de seguir el ritmo y empezar a adaptarme. La verdad, es que yo tenía cinco años así  que tampoco me daba cuenta del gran cambio que supondría aquello. Pero sí es cierto que  estaba bastante nerviosa por el hecho de estar en una clase con gente con la que jamás había  hablado. También me daba vergüenza porque entre ellos ya se conocían y yo era como la  “intrusa”. Estaba triste ya que me iba a alejar de mi mejor amiga y de mi clase, pero, avanzar  siempre significa dejar algo atrás ¿no?

Me acuerdo del momento en el que entré en esa sala, la sala de CP4. Quizás mi memoria es traicionera, pero yo recuerdo una sala con colores cálidos como el naranja o el marrón. Igual estos colores que hasta hoy siguen en mi memoria han sido influenciados por la que iba a ser mi profesora durante el resto de aquel año: Rachel, una mujer alta, con un tono de piel  moreno y el pelo castaño con un toque rojizo. En seguida me hizo sentir como una más de sus alumnos, pero aún así seguía echando de menos a mi clase de GS, esas personas que veía cada día y que me hacían reír. Ese día fue cuando conocí a las personas que hicieron que los primeros momentos en aquel  ambiente tan nuevo para mí, fueran mucho más fáciles. Ellas consiguieron que mi día se  iluminase y me sintiese a gusto a pesar de aquella situación en la que nunca me había  encontrado antes.  Recuerdo la primera vez que hicimos un círculo para compartir anécdotas o leer. Cada  alumno o alumna hablaba por su turno, y cuando me tocó a mí, me estresé mucho y no sabía  qué decir. Me quedé sin palabras. Pero cuando mis compañeros me animaron y me incluyeron, comprendí que esta experiencia sólo podía ir bien porque estaba rodeada de personas que no tenían ninguna intención de hacerme daño.

Finalmente, pasé el año siguiente a CE1, y por momentos como este me di cuenta de que

como dijo Machado: “ Se hace camino al andar”.

 

Adriana Cousin

 

 

 

 

Traslado a ParÍs

 


Recuerdo cuando era pequeña, y vivía en una bonita casa en El Escorial. Todo era perfecto, era muy feliz, vivía con mis perros, mi hermana y mis padres a pocos minutos de mi escuela. Allí tenía a mis amigas y a mi familia.

 

Cuando cumplí cinco años, mi padre se vio obligado a trasladarse a Francia, por razones laborales.

Estaba un poco triste y lo echaba mucho de menos, pero sabía que si nos mudábamos con él tendría que volver a empezar mi vida de nuevo.

Un año más tarde, mi madre, mi hermana y yo nos mudamos con él.

Llegué a un nuevo país y ni siquiera sabía decir una palabra en francés.

Los primeros días lo pasé un poco mal, pero no me rendí y en pocos meses aprendí a hablar francés y conocí a unas niñas de  las que me hice muy amiga. 

 

Con esto aprendí que con esfuerzo todo se puede conseguir y que el miedo no debe impedirte seguir adelante en la vida.

 


Joana Cristofol 3-7          

 

 

 

UNA escalofriante escalera




 

Ya han pasado unos tres años desde que viví este recuerdo que me afectó en cómo veo

el miedo. No recuerdo exactamente cuándo sucedió, pero probablemente fue en un fin de

semana corriente, en Barcelona, en invierno porque recuerdo que llevaba una sudadera negra y que podía ver mi aliento al espirar en ese momento.

 Estaba en una fase de mi vida en la que  me encantaba ir en bicicleta y realizar acrobacias con ella como saltos, derrapes,“wheelies”,...

Ese día tenía planeado salir en bicicleta con un amigo, como hacíamos casi todos los fines de  semana. Todo transcurría normalmente: íbamos por  de la ciudad, después hasta un camino  en Collserola. Pasamos, creo, dos horas hablando de la vida y de  cosas que nos hacían reír mientras paseábamos aquí y allá, sin rumbo fijo.

Todo iba muy bien hasta el momento en que vi un largo tramo de escaleras mientras atravesaba un parque y considerando cómo estaba en ese momento, vi ese obstáculo como un  desafío para demostrar quién era el más cobarde si mi amigo o yo. Tuvimos que descenderlo.

El desafío fue bastante simple y directo, pero el proceso y la parte psicológica fueron realmente arduos. No era solo una simple cuestión de quién era más capaz; era una cuestión  de obligación, para proteger nuestro orgullo como hombres.

Para dar una idea, la escalera tenía unos siete metros de largo y tal vez seis metros de  profundidad, lo que se sumó a nuestro miedo era el hecho de que la escalera estaba hecha de una piedra muy áspera. En la remota posibilidad de que nos cayéramos, sufriríamos algunos rasguños horribles, desprendiéndonos por completo la piel.

Pero, no teníamos tanto miedo de la posibilidad de una pequeña herida sino de cómo nuestros padres nos regañarían. Pasamos como cuarenta minutos decidiendo si deberíamos hacerlo o no. El tiempo pasó de una manera muy aburrida porque no estábamos haciendo nada más que mirar hacia abajo.

Era como si oyéramos el ruido del reloj diciéndonos cuán cobardes éramos. No había mucho en qué pensar, sabía con certeza que probablemente solo tardaría unos segundos para descender, pero seguí desesperándome con la ideade lograrlo. Mi amigo y yo, decidíamos quién iría el primero, porque si uno moría, el otro sabría que no debía ir; así de asustados estábamos. Seguía pensando que podía irme a casa, olvidarme de todo esto y tener una buena noche de sueño, pero mi yo del pasado se quedó.

Después de un largo rato  me dije: “¡A una muerte orgullosa o a una vida vergonzosa!” Y lo hice, empujé mi bicicleta hacia adelante y dejé de pensar. En mi camino hacia abajo, solo sentí el miedo por una mera fracción de segundo y después de romper esa barrera de miedo, todo se convirtió en diversión, que lamentablemente solo duró tres segundos porque luego llegué al suelo en un instante. Al final, pensé, que fue divertido, pero también fue un paseo lleno de baches, y que no valió la pena.

Por mucho que me avergonzara de mí mismo por ser tan malditamente lento, aprendí que más allá de ese oscuro y delgado muro de miedo, al otro lado, una vez que cruzamos su puerta, está todo lo que siempre hemos deseado. Y para mí, fue la diversión.

KAIDEN

 

ANTES DE TIEMPO

 


Hará unos 6 años, cuando tenía unos 8 años de edad, un sábado cerca de la hora la hora de comer

fui a comer con mi madre a un restaurante que está a unos 5 minutos de mi casa.

Poco después, al acabar de comer ,yo tenía muchas ganas de ir al parque, porque casi siempre

alrededor de esa hora iban unos amigos y yo iba con la idea de poder coincidir con ellos. Mi madre

se negó.

 Entonces yo me inventé una excusa : ir al baño a lavarme las manos…

Pero realmente tuve la mala idea de escaparme para ir a jugar al parque. Cuando conseguí salir del  restaurante sin la aprobación de madre, me puse en camino hacia el parque al  que solía ir siempre, y que  estaba a unos 15 minutos de distancia.

Al llegar allí me encontré con mis amigos con los cuales jugué una media hora, y según lo que recuerdo lo pasé muy bien. Además , me sentía orgulloso por tener un poco de autonomía.

Después de un rato, me sentí  muy cansado físicamente. Y me fui en dirección hacia casa. Fueron unos 10 minutos de caminata bajo  un sol abrasador.

Finalmente llegué a casa. Cuando mi madre me vio, en primer lugar, me pegó una bofetada seguramente por el miedo que había pasado, justo después me dio un  fuerte abrazo.

 Seguramente en ese momento mi madre no sabia si reñirme y castigarme, o estar muy agradecida de que no me hubiese pasado nada malo.

A pesar de ese momento de ternura, casi 5 minutos más tarde me castigó sin poder ir al parque durante un mes, bastante comprensible para la barbaridad que acababa de hacer y lo mal que les había hecho sentir.

En conclusión, no es bueno buscar la autonomía tan temprano.  también la autonomía llega como cada cosa, a su tiempo.

 

HÉCTOR DEL RÍO

 

 

 

 

 

COMO EN CASA



 

Todo empezó cuando a mis padres se les ocurrió hacer una acampada, pero no en cualquier sitio, sino en África. Mi hermana y yo estábamos aterradas  el  por miedo a los animales e insectos que salen por la noche y por todos los prejuicios que teníamos.

Pero no teníamos otra opción. Llegó el gran día, 5 de agosto de 2015 y mis padres, mi hermana y yo subimos a un coche con un guía que estaría con nosotros durante aquellos días de acampada en aquel desierto donde no había nadie más que nosotros. Tras un largo trayecto llegamos  a nuestro destino, un sitio desierto donde no se veía nada, solo un cartel a lo lejos. Estábamos solos a las cinco de la tarde y ya era la hora de cenar.

Aquello estaba tan oscuro que tuvimos que comer con una linterna para poder ver la comida que nos había preparado el guía. Recuerdo que estaba muy buena y que cada noche nos ofrecía un tipo de chocolate. Mi hermana y yo dormíamos juntas en una tienda, las dos teníamos mucho miedo al principio ya que estábamos en la sabana y teníamos una idea equivocada de lo que realmente era. Nuestro miedo no tardó mucho en desaparecer y aprendí mucho allí.

Primero que cuando tienes al lado a alguien a quien quieres mucho, el miedo disminuye y te

sientes más seguro. Segundo que no hay que juzgar las cosas antes de tiempo como mi hermana y yo hicimos con la acampada ya que ésos fueron de los mejores días de mi vida. Durante aquellos días mi familia y yo nos reímos y disfrutamos muchísimo.

Superando nuestro miedos, conseguí estar más unida a mi hermana .

Esos días me hicieron crecer interiormente y me abrieron una visión diferente . Ahora tengo menos prejuicios hacia situaciones y lugares  que no son habituales para mí,.

Gracias a eso me he atrevido a probar nuevas experiencias con las cuales

repetiría sin dudarlo.

 

Alba Echevarria 3-7

 


 

LA CLAVE DEL ÉXITO




Cuando tenía siete años, mi tío me regaló  un skate para  mi cumpleaños. El skate era de color rojo y blanco con rayas azules. Para aprender a hacer skate, hice una búsqueda en internet y comprendí cómo  debía hacer para tener equilibrio.

 El skate es como un patinete pero no tiene el manillar para girar.  Para practicar, decidí ir, al skatepark por primera vez, vi un skater que hacía    figuras espectaculares ,  intenté hacer figuras como él, pero sin experiencia me caí.

Decidí bajar otra vez una  rampa pero no tenía el equilibrio y la experiencia necesarios . Quise aprender cómo podía bajar.

 Durante una hora estuve mirando cómo la gente hacía para bajar esa rampa.     Comprendí  cómo hacerlo yo sin sin caerme : todo es un juego de equilibrio.    Intenté bajar otra vez la misma rampa y ¡la magia sucedió! Esta vez  no me caí.

 Estaba tan feliz que he gritado grité a pleno pulmón cuando lo logré. 

 Ésta fue la ocasión en que descubrí que el aprendizaje es la clave del éxito.

 

RAFAEL ENCABO

 

 ENTRE EL AZUL DEL CIELO Y EL ROJO

                                  DE LA TIERRA

 

      Recuerdo la escuela  donde iba cuando era pequeño. Cada clase era una casa. Y cada casa tenía un color. Una era la rosada, por ejemplo, a donde iban los alumnos de 9 a 10 años, otra era la verde, de los de 8 a 9, la naranja, de 7 a 8,  la azul, de 6 a 7, y la lila de 5 a 6. La escuela se parecía más a un pueblo que a una escuela, en realidad.  

  


Salíamos de clase e íbamos al recreo, pisando descalzos la tierra. Que era de color marrón, pero no un marrón común, sino un marrón tirando a  rojizo.

 Así vivíamos, entre el marrón rojizo de la tierra, el arco iris de las casas, y arriba, el azul inmenso e infinito tan característico del cielo de Brasilia. 

 La escuela se llamaba “Viviendo y Aprendiendo”

  Claro que, todos íbamos descalzos y no  todo eran flores. Muchas veces, los alumnos eran picados por hormigas, que eran de color  lila, y andaban tranquilamente debajo de nuestros pies. A veces algunas salían a la superficie, y, al ser atacadas decidían defenderse, y nos picaban. 

   Una vez, fui víctima de las hormigas. Y lloré tanto a causa del dolor que no me permitía ni levantarme, ni andar. Mi piel era tan sensible que hasta una insignificante picada de hormiga me dolía mucho.

 Una profesora me vino a consolar. Se llamaba Andrea y me ayudó a curar la picada. Pero después de algunas horas me dijo que volviese a jugar con los otros niños, sin ponerme zapatos ni nada, o sea que las hormigas me podían picar otra vez, pero le daba igual. Yo tenía mucho miedo. 

 Al día siguiente no me picaron, al siguiente tampoco.

Pero al tercero sí. Sin embargo, ya no me dolía nada.

 Porque todo pasa en la vida, y  la experiencia te enseña a superar las dificultades y salir adelante.

 

NUNO FARIA

 

APRENDIENDO DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES

 

Cuando tenía 10 años, es decir el verano de CM2 à 6ème, fuimos a Nueva York con mi familia. Para mí Nueva York siempre ha sido mi viaje de ensueño y cuando me dijeron que íbamos a ir estaba eufórica. Fuimos con mis primos y habíamos alquilado un alojamiento de Airbnb en Brooklyn.   Después de visitar todo lo “básico” como el Empire State building, Times Square y la  Estatua de la Libertad, fuimos a ver un museo al que soñaba ir porque lo había visto repetidas veces en series y películas americanas: el “American Museum of NaturalHistory”. Por no sé qué motivo, mis primos y yo estábamos muy agitados ese día y  eso que me acuerdo de haber caminado mucho ya que, al fin y al cabo, estábamosen Nueva York y teníamos que visitar muchas cosas.   Después de comprar las entradas entramos por fin. Me acuerdo perfectamente de que al entrar en la sala sentí como los tonos azules y verdosos abundaban, aunque solo era una sensación ya que los colores predominantes de la entrada eran el rojo y el beige. Supongo que siempre he asociado las ciencias con estos colores. Cada sala era un mundo totalmente distinto y opuesto en una podíamos ver esqueletos de dinosaurios y mamuts, en la otra había una reproducción de ballena a tamaño real. Me acuerdo de una sala en la que detrás de un cristal había animales disecados. También me marcó mucho la cafetería que había dentro del edificio, no sé por qué pero me acuerdo de cada detalle de esa sala. 


Todo empezó allí. Mis primos y yo, como ya he mencionado, estábamos muy agitados. Como antes de empezar la visita nos empezó a entrar hambre, ya que erala hora de la merienda, fuimos a la cafetería con nuestros padres. Me acuerdo perfectamente de que tomé un cupcake de chocolate acompañado de una manzana y una botella de agua. Supongo que eso me dio más energía de la que ya tengo habitualmente y bueno la cosa degeneró. Durante la visita estuvimos insoportables y a mi primo mayor, que por aquel entonces tenía 16 años, se le ocurrió jugar al “pilla pilla” en medio del museo. Al cabo de media hora nuestros padres no se habían dado cuenta de nada y todo iba genial para nosotros. Hasta que empezamos a jugar al “escondite pilla pilla” en el que fuimos demasiado lejos. Nuestros padres no paraban de reñirnos y de decirnos que paráramos pero no les hicimos mucho caso. Entramos en la sala en la que estaba la ballena azul en tamaño real colgando. Esa sala era mucho más amplia que las demás y había muchos menos objetos expuestos. Desde el punto de vista de un observador externo se podía ver a 4 niños corriendo de punta a punta de la sala riendo a más no poder y pidiéndole perdón a la gente por pisarles los pies. Nuestros padres estaban tan hartos de repetirnos que paráramos que

decidieron dejar que aprendiésemos la lección. Minutos más tarde vino el guardia de seguridad, enfadado a decirnos que paráramos inmediatamente o que nos echaría

del museo. Gritó tanto que se me quedó de por vida en la memoria aunque como hablaba en inglés fingí que no entendía nada.  Esta anécdota me enseñó diversas cosas como que es mucho mejor que te digan las cosas por las buenas que por las malas y que la libertad de uno acaba donde  empieza la del otro. Ya que yo quizás me estaba divirtiendo mucho pero a la gente que estaba mirando la exposición no creo que le apeteciera soportar a 4 niñosjugando en un museo.

 

Chloé Farnós 3-7       

 

IBIZA , MI REFUGIO




Cuando pienso en un lugar en el que haya pasado gran parte de mi infancia y del cual tengo los mejores recuerdos, sin duda, pienso en Ibiza. Mis padres ya veraneaban en la isla antes de que mi hermano y yo naciéramos ya que tienen unos íntimos amigos viviendo allí. Tras nacer nosotros, la tradición de viajar a Ibiza, no sólo durante los veranos, sino también durante el invierno, se ha mantenido, por lo que el lugar de referencia de mi infancia favorito es Ibiza.

Los amigos de mis padres también tuvieron dos hijas de nuestra edad y nos llevamos muy bien con ellas, por lo que es un valor añadido para querer ir siempre a la isla.

Ibiza es el escenario de mis mejores recuerdos;

Los más destacables; los días en sus maravillosas playas donde hacíamos castillos de arena; las salidas en barco; los amaneceres en Sa Caleta; las cenas en Pinocho; los paseos a medianoche por el puerto de Ibiza; las mañanas de compras con mi madre en Las Dalias; los imprescindibles Scape Rooms de cada año; los interminables días en el parque acuático de Playa d’en Bossa.

También recuerdo con mucho cariño las sesiones de fotos que mi madre nos obligaba a hacer a mi hermano Toni, y a mí, en Cala Comte; así como las cenas en un restaurante con mini golf.

No puedo olvidar los increíbles atardeceres en el restaurante Roto, al borde del mar; las escapadas a Ibiza en época de Halloween donde con Lola, participábamos en el túnel del terror.

Siempre que vamos a Ibiza, nuestros amigos nos acogen en su casa que es muy grande, con un jardín muy extenso donde tienen 5 perros y 2 caballos. En ese jardín también tienen una piscina donde tengo recuerdos muy divertidos, como que cada 24 de junio, nos bañamos de madrugada para ver los fuegos artificiales.

También recuerdo las barbacoas que organizamos, las interminables tardes saltando en la cama elástica; ayudar a recoger naranjas en el huerto… Otro recuerdo muy divertido era cuando bañábamos a los perros, que son muy grandes, y no se mantenían quietos.

Por las noches, el padre de Lola nos montaba un proyector al lado de la piscina y veíamos películas de Disney bajo las estrellas.

A estos amigos los consideramos como nuestra segunda familia ya que ellos también vienen mucho a Barcelona porque tienen familiares aquí. Ibiza es mi refugio y mis personas favoritas residen ahí por lo que no puedo imaginarme un verano o una vida sin Ibiza, porque una vez conoces la isla, te das cuenta de que es adictiva y realmente es mi medicina.

Haber revivido todos estos inolvidables momentos, me ha hecho darme cuenta de la suerte que he tenido y que tengo, y de la maravillosa infancia, y vida que me ha tocado. Esto me ha ayudado a aprender a valorar las cosas, a ser agradecida; porque son estos pequeños recuerdos los que te hacen ser feliz. Si no sabes valorar los pequeños detalles o momentos, nunca encontrarás la felicidad fuera de ti mismo. La felicidad está en tus manos. Y yo he decidido darle una oportunidad.

 

Clara Gendra, 3º7

 

 

 

 

La reina de la fiesta


 

Este proyecto me ha tenido un buen rato reflexionando y pensando sobre qué recuerdo lo puedo hacer :Un recuerdo triste ,uno alegre ,uno chocante … Frente a mi dificultad para elegir me he dado cuenta de que da igual sobre qué es solo tiene que ser algo que permanece en tu memoria y que estás seguro de que no se borrará.


Debe parecer una tontería, pero el recuerdo más profundo que tengo ,es ,diría yo,también probablemente el mejor. Se trata de mi tercera fiesta de  cumpleaños ,bueno ,más bien mi tercer cumpleaños a secas ya que mis padres son de esas persona que no creen en las fiestas  grandes y extravagantes  para niños ,que , probablemente ,luego ni recordarán .Pero ese año fue todo distinto ,yo cumplía 3 años y ya tenía un poco más de conciencia ,pero en gran parte fue porque les insistía tanto que era más fácil darme la fiesta que seguir escuchando mis ruegos.

Y así fue,el día de mi cumpleaños : desperté en una casa llena de globos rosas,  y mientras cantaban “Cumpleaños feliz” mis padres me dieron una bolsa. Al abrirla fui la niña más feliz del mundo .Era un precioso vestido de Blancanieves que insistí en  ponerme para ir a la guardería .Por la tarde vinieron mis abuelos ,tíos y amigos ,todos obviamente también disfrazados  .Pasamos una tarde maravillosa .

Ese día me enseñó que los sueños se pueden hacer realidad.

 

Joana Godall 3-7

 

 

 

 Cada cosa a su tiempo





 

En Barcelona hay un sitio que me recuerda a mi infancia. Estoy hablando del Bosc Urbà, situado cerca del puerto. En este lugar puedes sentirte como un aventurero, que va superando desafíos hasta llegar a su objetivo.

Bueno, pues mi “yo pequeño” quería sentirse así. Es por eso que , cuando cumplí 7 años, toda mi familia y yo fuimos a ese lugar. Allí había tres niveles, cada uno con su propia dificultad: estaba el naranja, el nivel de dificultad más bajo, después el azul, en éste aumentaba la complejidad del nivel y por último el rojo, el cual era el más complicado. Cada uno de ellos se encontraba a una determinada altura, siendo progresiva desde el más fácil al más difícil.

Yo quería subirme al nivel rojo, pero no fue posible debido a mi estatura, así que empecé por el naranja. El circuito estaba repleto de tirolinas, de todo tipo de obstáculos y de zonas de escalada. Primero no estaba de acuerdo, pero cuando di el primer paso ya me estaba divirtiendo. La primera vez fue genial, así que volvimos otra vez, y otra, y otra… Pero todavía no podía hacer el nivel azul. Estaba ansioso por hacerlo y siempre le suplicaba al responsable a cargo de la atracción si me dejaba ir, aunque me faltasen cinco centímetros. Él siempre se negaba.

Unos meses después volvimos, yo  había crecido pero no sé si lo suficiente para poder hacer el recorrido. Mi estatura era justo la que se necesitaba, así que ya podía hacer el nivel azul. Aunque el responsable no me lo aconsejaba, decidí hacerlo, sin pensar en las dificultades que supondría ya que estaba muy excitado. Total, fui, empecé a hacer el circuito y en la mitad me quedé colgando de una tirolina y me puse a llorar porque no podía bajar. Entonces vino el responsable y me ayudó a bajar. No pude terminar el circuito por estar muy ansioso y querer hacer las cosas lo antes posible en vez de esperarse un poco más y poder hacer las cosas con calma y divirtiéndote. Con esta experiencia he aprendido que más vale esperar al momento adecuado que precipitarse y arruinarlo.

 

Christian González

 

 

 

 

Mucho más que una pelota naranja.




 

Como muchas otras historias, esta también comienza apaciblemente, en este caso en un pequeño pueblo al Sur de Salerno, en la costa italiana del Mar Tirreno. El pueblo en cuestión tiene un nombre bastante peculiar, Castellabate, y  guarda en el interior de su nombre bastantes enigmas por descifrar.

Ese pueblo es la destinación de vacaciones estivales de mi familia, en particular de mi hermano y yo desde que nacimos.

Un día, estábamos jugando a fútbol en el campo de balompié con unos amigos, el partido era de lo más intenso que se había visto en esa localidad desde hacía años y usábamos toda la fuerza que nuestros cuerpos podían contener. Durante un momento, el partido alcanzó su clímax, un penalti fue pitado y me preparé a chutar el balón de plástico, que tenía un color naranja, que destacaba  con el verde del césped.

Los nervios provocaron un mal tiro, y el balón  se coló en el techo de la iglesia, a unos 50 metros. Fui a buscar la pelota con un miedo insuperable, ya que el cura del pueblo era un viejo cascarrabias que, según mis amigos, “se comía” a los niños que veía. Tenía una cara espantosa, con una gran cicatriz (recuerdo que a causa de  la ocupación nazi, me dijeron) y un cuchillo siempre en su cintura, para pinchar balones. Entonces a  mis nueve años de edad, me armé de coraje y fui a llamar a la puerta.

 El personaje que me habían descrito como un ogro resultó ser, en realidad, un amable caballero que me ofreció galletas, comida y mi balón. Después de una corta merienda y unos saludos apresurados, volví  a la cancha de fútbol con un nuevo conocido y un buen recuerdo.  

Por esa razón, uno no tiene que fiarse nunca de las apariencias de la gente o los rumores que circulan alrededor de esta.

 

OTTO IANNIELLO

 

 

 Realidad y Ficción

 


Esta historia me ocurrió cuando tenía menos de 6 años. En este tiempo yo vivía en Bruselas.

Todo empezó cuando estaba durmiendo con tranquilidad. Todo parecía  perfecto. Pero ocurrió algo, algo muy extraño…

Este día fue el primer día de mi vida  que he tenido una pesadilla.

¿Cuál era mi pesadilla? Bueno era algo muy tonto y pensándolo ahora me hace gracia. Era un plátano que cuando lo comías, te transformaba en plátano. Y cuando tocabas a alguien siendo un plátano, ¡pues el que tocabas era también un plátano!

En mi sueño, fue  primero mi perro el  que se comió el plátano de mis manos. Pero algo extraño ocurrió cuando lo comió. Se transformó en un plátano que mordía todo. Me fui de la casa para salvarme. Pero  mi familia… se habían transformado también…

Me desperté en este momento, traumatizado. Y durante un año entero no fui capaz de comer  plátanos y dije a mi familia que no comieran plátanos delante de mí porque me traumatizaba.

Un año después mi madre me hizo  probar un plátano y ¡me encantó!

Desde ese día, he aprendido a no temer  cosas que no han sucedido y que probablemente nunca  sucederán, a distinguir la realidad de la ficción y también a afrontar mis terrores.

 Pascal JACQUINET

 

                                           El coche negro



 

Un día, cuando tenía yo unos 7 años, estaba paseando con mi padre en las vastas calles de Poblenou por la tarde. Llevábamos casi media hora paseando cuándo decidimos ir al parque. Mi padre y yo  nos estábamos peleando en ese momento por una razón de la que no me acuerdo. El semáforo estaba verde

para los peatones así que seguí caminando recto sin pensármelo dos veces. En lo que yo no había pensado era en que aquel paso de cebra se encontraba justo en la entrada de un cruce por el que podía venir un coche en cualquier momento.

Pero yo, eso, no lo había pensado; simplemente paseaba inocente e inconscientemente con mi padre sin preocupación alguna. Ya habíamos cruzado la mitad del paso de cebra cuándo percibí de reojo una gran mancha negra que me quitaba casi la mitad de mi visión panorámica del lado izquierdo. Cerré los ojos cubriéndomelos con las manos mientras asimilaba la información…Cuándo los abrí vi el coche negro detrás de mí, con el capó manchado de rojo, y frente a mí, a mi padre que me estaba sosteniendo por la camiseta. Mis pies no tocaban el suelo y la mano cerrada de mi padre había agujereado mi camiseta por detrás. Estaba yo tan atónito por la situación que no me había percatado de que toda mi espalda estaba sangrando y de que me dolía de una forma insoportable. El dolor ardía y cada movimiento que hacía me ocasionaba un intenso dolor que recorría todo mi cuerpo. El dibujo rojo de mi camiseta casi no se percibía y de hecho mi camiseta blanca ya no tenía nada de blanca.

A los diez minutos llegó la ambulancia. Yo, que tenía siete años, me preguntaba por qué teniendo yo herida la espalda, me hacia pruebas en el brazo. También me hicieron unas preguntas, pero no tocaron mi espalda en ningún momento. Cuando salí de la ambulancia, vi dos coches y tres motos de la policía e incluso un periodista entrevistando a mi padre. Al final me aconsejaron unas semanas de reposo en casa sin poder llevar ninguna camiseta.

Lo más impactante de este recuerdo es que antes del accidente nos estuviéramos peleando. Esta experiencia me ha enseñado que mis padres me quieren siempre, hasta en los peores momentos. Mi padre me estaba gritando enfadado, pero al ver al coche no se lo pensó ni un segundo. Desde ese día, nunca me he peleado con él y hasta hoy no nos gritamos por nada.

 

Neo Mañanes Azzi

 

 

 

                       Aprendiendo a madurar




 

De pequeña, yo era la niña “perfecta” que cualquier padre hubiera deseado tener. Llegaba a casa, dejaba los zapatos en un rincón de mi habitación, hacía los deberes, preparaba la ropa para el día siguiente e iba a preparar la mesa para que, cuando mis padres llegasen, no tuvieran que preocuparse por mí. Al contrario , mi hermana mayor  no podía estudiar, acababa siempre enfadada con mis padres, y no ordenaba, por eso nos decían que éramos como el día y la noche.

 

Mientras yo hacía mis deberes siempre escuchaba a mi hermana y a mi madre estudiar a  lo cual no daba mucha importancia e iba “a mi bola”…

Pero había una frase que no podía resistirme a escuchar: “Mafalda, cariño, hay dos caminos, el recto con algún que otro bache que si  tú pones de tu parte y yo de la mía llegaremos juntas y contentas hasta el final, o el camino que se desvía: si tú no pones de tu parte nos enfadamos, te castigaré, y no acabaremos nada bien”.

Esa frase iba acompañada de un dibujo para que mi hermana lo entendiese mejor. Era pequeña y yo no la entendía muy bien, pensaba que mi hermana la habría hablado mal o simplemente la estaba ignorando por haberle quitado algún juguete. 

 

A medida que fui creciendo, entendí que no se trataba de un juguete, sino del esfuerzo, concentración e implicación que mi hermana no ponía. Pasaron los años , y todo fue cambiando. Mi hermana fue aprendiendo de sus errores y yo de los míos, pero lo curioso, es que me ayudaba, ya que yo estuve influenciada por  lo que ella hacía años atrás:  no estudiar, acabar enfadada con mis padres… y acabé haciendo lo mismo.

Ella misma me ayudó a salir de ahí. A ser mi guía. Seguíamos siendo distintas, pero por lo menos nos entendíamos en todos los sentidos, y no solo en los estudios sino también  en los sentimientos.

 

Después de haber aprendido, y entendido que enfadarse por no querer estudiar era inútil, fue ahí cuando maduramos un poco, y no nos dejamos llevar por nuestro enfado y desinterés de los estudios.

 

Amaia Martín

 

 

                                          A PESAR DE LA DISTANCIA

 

 

Yo nací en París y me mudé a Barcelona cuando tenía dos o tres años. Me inscribieron en un cole anglo-español, ahí tenía a mis  dos mejores amigas que también eran francesas. Una de ellas tenía mi edad, Eulalie , y la otra un año más, Justine. Hacíamos todo juntas: íbamos al cole juntas, volvíamos juntas, siempre estábamos juntas.

 Un día llegó mi madre a casa  y me dijo que Eulalie se iba a mudar a Francia. Ese día fue muy triste porque era la única amiga francesa de mi clase. 

 Pasó un año, seguimos hablando y nos veíamos en las vacaciones. Ese mismo año me dijeron que tenía que cambiar de colegio  y al mismo tiempo, me dijeron que Justine se mudaba a París.

 Ahí es cuando pensé que había perdido a mis mejores amigas y que no nos íbamos a ver nunca más. Pero teníamos la suerte de que nuestros padres seguían en contacto y eran amigos,  entonces siempre nos organizamos para poder vernos al menos una vez al año. Pero ya no era como antes, no nos veíamos para jugar ni para ir al cole…

 El día que, de verdad, vi que se habían ido las dos y que yo me quedaba sola en Barcelona me sentí muy triste y sola, pero ahí me di cuenta de que las verdaderas amistades son aquellas que a pesar de la distancia siempre estarán ahí cuando las necesites.

 

SOFÍA

 

 

 SERPIENTES OCULTAS

 


Hace unos cuatro años, un jueves durante las fiestas de Pascua, una mañana con mi padre nos estábamos preparando para ir a nadar con mi tío al mar. Cuando llegamos, como siempre, nos empezamos a calentar en el parking de la Barceloneta antes de fijarnos el objetivo de ese día.

Terminado el calentamiento nos fijamos el objetivo de hacer tres boyas amarillas antes de regresar a la orilla. A la hora de entrar en el  agua vi que mi padre y mi tío se iban corriendo, yo, como salvavidas tenía una tabla de surf  , pero  por el viento no tenía mucho equilibrio y no podía sostenerla.

Estando ya en el agua deduzco que estaba a más o menos entre 20 y 25 grados, aunque al final entrase en calor.

A mitad de camino hacia la primera boya mi padre me dijo que me pusiera sus gafas y que mirase hacia abajo; y ¿ qué es lo que vi?… un banco de peces diminutos y monísimos que nadaban muy pero que muy rápido.

Llegamos a la primera boya donde mi padre y mi tío se apoyaron sobre la tabla que era para eso yo y también para  trabajar los brazos ya que estaba recibiendo clases de surf… .

Reposamos por unos treinta segundos y volvimos a nadar  hacia la segunda boya amarilla que estaba a unos doscientos metros de la primera… Llegamos a la segunda y e hicimos  mismo solo que a mi tío le dio un calambre  bastante grave que no se le pasaba y tuvimos que esperar un buen rato  a que se le pasara  el dolor.

Cuando acabó todo, fuimos lo más rápido posible hacia la tercera boya hasta que nos paramos a observar una gaviota que se estaba comiendo un pez bastante largo. Yo, por listo,  me fui acercando poquito a poco hasta que la gaviota se fue sin haberse comido a ese supuesto pez. Al cabo de dos segundos vi  ese pez moviéndose hacia mí en zigzag rápidamente en la superficie… y rápidamente pensé: pero si las serpientes son las que nadan en la superficie. De golpe empecé a levantar mi tabla de surf intentando darle un golpe a la serpiente de mar que estaba frente a mí. Cuando estaba a unos centímetros de mí levante la punta de tabla a unos treinta centímetros del agua dando un golpe muy fuerte sobre el agua haciendo que esa serpiente se hundiese y la perdiese de vista.

Ese día aprendí que bajo la apariencia de algo hermoso, a veces, se puede ocultar algo peligroso.

 

LÉO

 

 

 

 

FRENTE AL MAR

 




Cuando era pequeña, los días de verano, me quedaba yo sola en casa con mi abuela. No porque no tuviera primos ni hermanos, porque sí que tenía, sino porque ellos bajaban a la playa y yo no. El mar me aterrorizaba.

Si soy sincera, no creo que haya alguna explicación concreta para ello, pero lo que sé es que hasta los seis años no puse un dedo del pie bajo el agua del mar a menos que me obligaran a hacerlo.

Hasta que un día mi abuela se cansó. Se cansó de verme aburrida en casa mientras mis primos jugaban en la orilla y se hacían nuevos amigos cada día. Pero no había manera de hacer que yo me sintiese cómoda cerca del mar.

Pero todo eso cambió cuando mi abuela se compró una barca. Una pequeña lancha azul y blanca a la que llamamos “Alba” por el amanecer. La barca la escogí yo, esto fue lo único que me motivó a lanzarme y salir en barca todas las mañanas. Pero yo seguía sin querer mojarme. Yo me quedaba sentada en mi banquillo viendo a mi abuela manejar el volante como si hubiera nacido para eso. Y durante un tiempo eso fue bastante, yo no necesitaba más.

Pero iban pasando los días y mis primos iban buceando hasta las rocas e intentaban coger cangrejos y peces. Yo seguía sentada encima de mi toalla sin mojarme. Cuando mis primos volvían y tomábamos el aperitivo sentados en la proa, siempre había trozos de patatas, de fruta o de olivas que se caían al agua y al cabo de pocos segundos, ese trozo de comida estaba rodeado de peces de todos los colores y tamaños. Había peces azules, rojos, amarillos, grandes, pequeños, medianos. Cuanto más cerca estábamos de la orilla mejor se veían. Y yo, desde lo alto de mi banquillo, los observaba todos con admiración, aún sin osar tirarme al agua.

Hasta que un día decidí que ya había tenido suficiente. Que estaba cansada de ver pasar los peces de lejos sin poder nadar entre ellos como hacían mis primos. Así que un buen día, cuando tiramos el ancla y todos mis primos empezaron a quitarse  la ropa y quedarse en bañador, yo hice lo mismo. Y cuando fueron sacando las colchonetas y la tabla de paddle, yo les ayudé. Y cuando mis primos empezaron a tirarse uno a uno al agua, yo no fui menos. Sin pensarlo dos veces, puse un pie encima de la barandilla de metal y salté, sintiendo perfectamente las miradas de todos los miembros de mi familia. El momento en el que me sumergí, fue lo mejor de todo. Dejé de sentir miedo y angustia, y una ola de paz me inundó casi al instante. Todo el ruido del mundo se apagó y de repente solo oía el vago ruido de las olas rompiendo contra la arena a lo lejos. El mundo se quedó en silencio.

Resurgí cuando me quedé sin aire y vi a toda mi familia mirándome, cuando de repente se pusieron todos a aplaudirme y a animarme. Creo que nada nunca superará ese momento. Después de ese día aprendí poco a poco a amar el mar y cada día me enamoro más de él. Ya nada me impide bajar a la playa todos los días de verano por muy mala mar que haga. Yo era muy pequeña cuando pasó eso. De hecho, aparte de lo poco que me acuerdo, todo lo que acabo de contar me lo han contado mis familiares. Pero aun siendo una niña de entre seis y siete años, creo que ese día en el que decidí que ya no me apetecía ser la cobarde que se refugia en lo que ya conoce, ese día, en mi opinión, aprendí más de lo que he aprendido en toda mi vida. Aprendí que las cosas buenas y que valen la pena de verdad, solo se encuentran cuando uno sale de su zona de confort y busca algo diferente a lo que está acostumbrado, algo que puede presentarse como un desafío, pero que acaba transformándose en algo de lo que estamos eternamente agradecidos de haber encontrado.

Clara Nieto

 

 

 

 

 

RECTIFICAR ES DE SABIOS





 

Hace aproximadamente 6 años, cuando vivía en mi antigua casa en Barcelona, mi madre me dijo que me compraría lo que yo quisiera por mi cumpleaños. Yo estaba realmente emocionado, ya que justo el día anterior había visto un anuncio de un enorme lego en la tele. Cuando mi madre me dijo que me compraría lo que yo quisiera, enseguida decidí que ese lego iba a ser mi regalo de cumpleaños.

El día de mi aniversario estaba cada vez más cerca, así que una semana antes de mi cumpleaños, mi madre me dijo que iríamos a comprar ya mi regalo. Me acuerdo que ese día era un viernes nublado, y no sé por qué, pero en esa época asociaba el viernes con el color verde. Era ya por la tarde, las 18:00 de la tarde más o menos.

Mi madre y yo fuimos en coche hasta “l’Illa Diagonal”, ya que allí estaba situada una tienda de lego enorme (o al menos eso me parecía).

Al entrar en la tienda me quedé totalmente sorprendido por la cantidad de legos que había allí dentro. Después de un rato buscando el lego que yo quería, lo pudimos encontrar. El lego era bastante caro, así que mi madre me preguntó si estaba seguro de querer ese, porque si luego veíamos uno que me gustara más no me lo compraría. Yo estaba seguro de que no había mejor lego que ese, así que le dije que estuviese tranquila, que éste me encantaba.

Para aprovechar que estábamos en la “Illa”, mi madre decidió ir a comprarle un regalo a mi primo pequeño, ya que su cumpleaños también era en pocos días.

Como era de esperar, fuimos al “FNAC” y encontramos una figura coleccionable de Spider-Man, la cual me gustó mil veces más que mi nuevo lego. Le supliqué a mi madre que me lo comprara a mí, pero ella dijo que era para mi primo.

Estuve triste el resto de la tarde. Pero al día siguiente le propuse a mi madre un trato: yo me quedaba con la figura de Spider-Man y le regalábamos el lego a mi primo. Mi madre aceptó y me puse contento. Al final a mi primo le gustó mucho más el lego que el POP (la figura de Spider-Man).

Aprendí a valorar bien antes de decidir y a aceptar las consecuencias de mis decisiones.

 

 

PAU PALOS

 

 

 

 

 

 La pequeña rebelde


 

Era una mañana de un domingo nublado, una de esas que me paso mirando por la ventana a ver si cae un rayo de esos tan bonitos que tienen un color azulado. Pero no, ese domingo por la mañana no cayeron rayos, solo fue una de esas mañanas que parece que vaya a llover, pero resultaron ser solo nubes grises  y aburridas que cubrían la ciudad.

Yo, en ese momento, tenía seis o siete años y estaba igual de aburrida que las nubes.

Mis hermanas habían encontrado una actividad para distraerse: una estaba dibujando y la otra bailando.

 En cambio, yo estaba siendo muy poco productiva, y estaba tumbada en el sofá mirando el techo. Fui a ver cómo bailaba mi hermana, pero al cabo de un rato, verla bailar me aburría más que mirar el techo y volví al sofá.

De pronto, debajo del radiador del salón, vi un enchufe negro que me distrajo durante un rato, hasta que desafortunadamente, mis padres entraron en el salón y me dijeron que saliera de debajo del radiador y que nunca metiera los dedos en el enchufe.

Volvía a estar sentada en el sofá, aburrida…Tenía ganas de ver lo que pasaba si hacía exactamente lo contrario de lo que me decían mis padres y además, que me dijeran que no podía tocar el enchufe, me dio más ganas de hacerlo.

 Mi lado rebelde entró en juego: me levanté silenciosamente, caminé de puntillas, verifiqué dos veces que nadie miraba y metí los dedos en el enchufe…

 De inmediato me empezaron a salir lágrimas de los ojos por  el calambre de la  electricidad que me subió por el brazo. El dolor fue espantoso, y esa mañana, recuerdo que me arrepentí de no haber escuchado a mis padres.

Ese día aprendí la diferencia entre una orden y un consejo. Una orden es cuando te imponen como te tienes que comportar o lo que tienes que hacer, y un consejo, es aquello que tus seres queridos te dan para alejarte de cualquier peligro.

Ese domingo gris me enseñó a valorar los consejos que yo identificaba equivocadamente como órdenes.

 

                        LA DISTRACCIÓN




Un día de octubre en Francia, volvía a mi casa para descansar después de haber hecho un gran partido de fútbol con amigos. Estaba agotado, pero mis padres me dijeron, cuando vieron que había olvidado mi equipamiento en el vestuario, que tenía que ir a buscarlo. Como todavía el campo de fútbol estaba abierto y no lejos, no suponía un problema. Así que fui, a pesar de mi desesperación. También sabía que lo tenía que hacer porque íbamos a volver a Barcelona al día siguiente. Así que, si no iba, lo tendría perdería.

 

Recuerdo que estaba distraído por ideas negras. Pasaba el tiempo enfadado por mi distracción en el vestuario. Hasta que me di cuenta de  que me había  perdido. No tenía ni idea de qué hacer. Caminaba y caminaba para intentar reconocer un lugar. Pero nada. Estaba desesperado. Tenía frío, tenía hambre, tenía sed también y, sobre todo, era demasiado pequeño para tener un teléfono. Sentía la rabia en aquel momento por la sensación de  impotencia. Hasta que pensé en  la posibilidad de pedir a alguien  un teléfono para llamar a mis padres.

 Pero en ese plan también había un defecto… Pedir a la gente su móvil me daba miedo. No tenía el coraje para pedirlo. Así que me senté en un banco. Pensaba que mi familia debía estar preocupada. La noche se acercaba y de repente oí  a alguien llamarme. Así que me di la vuelta y vi un señor al  que conocía. ¡Estuve tan feliz en ese momento!

 

Se llama Marco y es un amigo de mis padres. Le expliqué lo que hacía allí y respondí a sus miles de  preguntas . Marco analizó la situación y como vivía cerca, me invitó a su casa hasta que todo se solucionara.

 

Esta experiencia me enseñó a estar más atento a mis responsabilidades y a pedir ayuda cuando la necesito.                           Anatole Paul                                    

 

 EL VALOR DE SABER DECIR NO 

 




Hace ya cuatro años, a mis 10 años. Mi primo, que en ese momento cumplía nueve años, decidió celebrar su fiesta de cumpleaños a finales de octubre, en el Tibidabo. Ahí fuimos solo mis primas, sus dos hermanas mayores, mi tía y yo. Durante casi todo el día me lo pasé genial, nos subíamos a todas las atracciones una y otra vez, reíamos, comíamos… En resumen, todo estaba saliendo perfecto...

 Los problemas empezaron  cuando, como última “atracción”, decidieron probar el túnel del terror del Tibidabo “El hotel Kruger”, del cual yo ya había oído hablar y tenía entendido que daba mucho miedo.

 

 En la familia de mis primos estos temas de terror como películas o atracciones nunca habían sido un problema, incluso las disfrutaban así que la idea les parecía a todos fenomenal. 

El hecho es que yo era y sigo siendo todo lo contrario, muchas cosas me asustan y me dan miedo, así que nunca disfrutaba  con ese tipo de entretenimientos. Por ejemplo, de pequeño, tuve durante mucho tiempo pesadillas por el videoclip de la canción Thriller. 

 

En resumen , acepté para no quedar mal frente a mi primo pequeño. Cosa de la cual me arrepentí desde el minuto 1. Realmente eran buenos actores porque pasé algunos de los peores ratos de mi vida: con monstruos que parecían demasiado reales, cuadros que te seguían con la mirada, la niña del exorcista etc… Añadido al hecho de  que estuve último en la fila…

 

Llegué a la habitación 666 (uno de los destinos finales) pegado a la chica que tenía delante (me sigo preguntando qué habrá sido de ella) y con lágrimas en los ojos. Allí, en la habitación, un actor que interpretaba al diablo, proponía seguir por el estrecho final o salir como un cobarde. Sin dudarlo ni un segundo, salí, cosa de la cual no me arrepiento. 

 

Desgraciadamente, tuve pesadillas durante al menos una semana, pero de ahí saqué una conclusión, que nadie te puede obligar a hacer algo que no quieres, y que si lo haces para no quedar mal eso te tiene que importar aún menos. Este ha sido mi lema desde ese entonces y hasta hoy en día.           

 

 

LOIC

 

 

 

Sola ante el peligro

 

 

Antes de empezar creo conveniente que sepáis que siempre he sido una persona muy despistada. De hecho todavía lo soy pero mucho menos que cuando era pequeña. No es algo que yo haga voluntariamente, simplemente tengo muy poca memoria y me distraigo muy fácilmente. Ahora que lo sabéis, puedo empezar a narrar mi recuerdo.


Todo empezó cuando tenía 5 o 6 años, no lo recuerdo muy bien, era una tarde soleada y estábamos mis padres, mi hermana mayor y yo en un centro comercial. Recuerdo que mi hermana y mi padre habían salido antes del parking y mi madre y yo nos habíamos quedado un par de minutos más allí.

Al salir mi madre y yo, nos dirigimos a las escaleras, y yo, sin prestar atención a dónde iba mi madre, me subí al ascensor que se encontraba al lado de las escaleras, en el cual había más gente.

Cuando mi madre se dio cuenta, yo estaba subida en el ascensor y las puertas se estaban cerrando.

Recuerdo a mi madre gritando para que me bajase y  a los pasajeros del ascensor sorprendidos apretando botones para que se abrieran las puertas.

Unos segundos más tarde, estaba cuatro pisos más arriba y mi madre estaba subiendo las escaleras corriendo con mi padre que la había oído.

Al llegar arriba, salí del ascensor y me di cuenta  de que estaba sola sin mis padres, perdida, en medio de un centro comercial que no conocía. Me sentía muy sola y me puse a llorar, tenía mucho miedo y estaba rodeada de gente desconocida.

Finalmente llegaron mis padres cansados de correr y mi madre me abrazó.

Gracias a esa experiencia, empecé a estar más atenta en mi día a día y ahora sé que si no me hubiese pasado hoy sería una persona muy diferente.

 

Léa R.

 

 

                                 UNA RECOMPENSA MERECIDA

 

Era un día de Reyes normal y corriente sobre las 10h de la mañana y fuimos a casa de mis abuelos a abrir los regalos. Ellos nos esperaban con muchas ganas . Nosotros estábamos  nervioos  por saber  si eran nuestros  regalos y no era carbón, ya  yo que no me había portado muy bien durante las últimas semanas.

 


Al llegar vimos montones de regalos ¡parecía una fábrica de juguetes!.

Un rato después  llegaron mis tíos y tías y mis primos que son mayores  que yo y por fin pudimos empezar a abrir los regalos , y fue aquí  cuando  empezó todo…

Al principio todo iba  fenomenal había mangas, figuritas, una silla gamer y un PC y cuando pensaba que todo había acabado me dieron un último regalo era muy grande (eso pensaba entonces) y lo que había dentro era un lego Lamborghini de color verde claro ¡era una maravilla! Pero aún  no sabía lo que iba a pasar…

 

Los días pasaron y aún no lo montaba porque tenía muchas piezas y cuando lo quería montar tuve el COVID 19 . Entonces tenía  que esperar hasta curarme  pero el tiempo  me parecía infinito, por lo tanto le empecé a montarlo…

Aquí es donde vino mi mala suerte pero al mismo tiempo descubrí el significado de la paciencia os explico:

 Cuando empecé a montarlo era más o menos difícil pero se fue complicando y al tiempo me empecé a equivocar y a estresarme hasta el  punto de querer romper todo mi duro esfuerzo.

Al  cabo de semanas de duro trabajo  logré acabarlo del todo y en ese momento entendí que tenía otra sorpresa: aprender el valor de la  PACIENCIA.

 

Félix Rodríguez 3ème7

 

 

 IMPRUDENCIA TEMERARIA


Era el 31 de diciembre de 2015 mi familia y yo estábamos pasando las Navidades en Suiza. Eran las 23 p.m. de la noche y nos estábamos arreglando para ir a la fiesta que organizaba el hotel en el que nos alojábamos. Cuando salí de la ducha empecé hacer el fantasma con la toalla, tropecé con la propia toalla y me di un fuerte golpe  con la esquina de la cama en la barbilla.


 De inmediato comencé a llorar, mi hermano tuvo que salir corriendo a avisar a mis padres que estaban en la  habitación justo al lado.

 Cuando llegó mi padre me puso una toalla en la barbilla para intentar frenar la hemorragia. Estuve 5 minutos en la cama esperando a que llegara  la ambulancia.

Cuando llegamos a urgencias, no había nadie esperando  y de inmediato me atendieron. Me atendió  un médico  muy simpático, por cierto. Me tuvieron que dar  11 puntos. Cuando el médico acababa de curarme ya era año nuevo. Lo pasamos mi padre y yo en urgencias con el médico que me atendió.

  Ese día aprendí que un momento de imprudencia puede cambiar radicalmente nuestros planes y ¿quién sabe? tal vez nuestras vidas.

  

BOSCO VINZIA