sábado, 11 de junio de 2011

Internet .  La pasión por las críticas negativas en internet tiene máscara de opinión pero conjuga con la nueva identidad en el mundo digital

Raúl Minchinela – La Vanguardia- Suplemento cultural   25-05-2011

Cuando en el 2008 Javier Marías buscó su nombre en internet descubrió con asombro que los resultados que ofrecía el navegador eran, principalmente, ataques a sus textos. En un artículo que corrió como la pólvora, el escritor retrató el mundo digital como “una sobreabundancia de rabiosos y cabreados” que se amparaban en el anonimato de los nicks y se asomaban a su obra “con el solo ánimo de ponerla a caldo, en vez de abstenerse de seguirla leyendo”. Marías lo acotaba como una cuestión puramente española y defendía que los foros y blogs en inglés eran mucho más educados, pero allí la crítica dolosa es igual de frecuente. Roger Ebert lamentaba la “deleznable raza de francotiradores de internet” sin siquiera referir a sitios como 4chan.org. Por encima de ubicaciones, lenguajes y culturas, la crítica negativa se ha instalado como pilar de la comunicación electrónica. Quienes sufren los ataques los desdeñan aludiendo a dos argumentos principales, que el cantante David Bisbal conjugó en un único mensaje de Twitter: “el insulto es lo único que os queda, y también mucho tiempo libre”.

La adaptación al cine del manga ‘Dragon Ball’ sufrió durante meses intensos bombardeos de crítica. En las redes sociales se desguazó cada una de las escenas de la miniserie de Telecinco ‘Felipe y Letizia’, en tiempo real

En el extremo de la negatividad digital están los trolls, perfiles centrados en el hostigamiento gratuito y los comentarios resentidos; un rumor de fondo que puede desviar cualquier diálogo mediante la provocación, la cizaña o el enfrentamiento. Muchos han retratado al troll como el origen de la abundancia de críticas negativas, pero los números indican que es la consecuencia, el extremo patológico, de una normalidad establecida en el desaire. Cuando Natalia Figueroa dedicaba todo un capítulo al anti-admirador en su libro Tipos de ahora mismo, lo incluía entre un grupo de novedades urbanas de 1970: el relaciones públicas, el disc-jockey, el extra de cine, el niño prodigio. El anti-admirador era una figura sobresaliente, puntual, llamativa. Pero en nuestros días, la crítica negativa no es un accidente, sino una constante. Es fácil despreciarlo diciendo que es una cuestión de “mucho tiempo libre”, pero es más interesante plantear por qué se dedica tiempo al ataque de las obras no marginales, con lo bien que se está viendo películas o jugando a la consola. Así que la pregunta central es la que planteaba Marías: por qué no se mira a otra parte, por qué se hace público el rechazo.

Hoy toda persona carga consigo un perfil privado y un perfil público, que puede ser tan simple como una cuenta de Fotolog o tan complejo como la sobreexposición de Belén Esteban. Esa parte pública es troncal en las relaciones con los demás; yo soy yo y soy también mi perfil. Y la forma de parametrizar la personalidad en el espacio público digital es mediante los gustos. Un repaso aleatorio a perfiles de Facebook, modelo actual de las tarjetas de presentación, muestra que hay mucho más espacio dedicado a las preferencias que a la trayectoria. Por cada colegio y curso de formación, hay seis grupos musicales y tres películas que conforman la portada de la imagen pública. El nivel básico de interacción en Facebook es, precisamente, el ubicuo botón de “me gusta”.

Los gustos han sido tradicionalmente coto privado, y había quien los ostentaba distintos según el círculo que frecuentaba. Pero donde antes teníamos reuniones separadas, hoy tenemos un único perfil de Facebook. Los gustos se hacen públicos y son a la vez seña de identidad; en ese nuevo escenario, los gustos no se pueden discutir. Ese es el motor de la crítica negativa como directriz moderna: la afirmación identitaria está articulada como respuesta virulenta, porque la opción “mirar a otra parte” está vedada. Abstenerse es el equivalente de apagar el televisor, cuando el contenido de la televisión se decide por los porcentajes de quiénes siguen mirando. Por el hecho de existir, se perciben como afrenta personal.



La identidad con perfil público adapta la reformulación que hacía Ortega del cogito ergo sum de Descartes: “todo el Universo puede parecerme a mí dudoso, salvo el parecerme amí”. Sólo queda el parecerme, y ese parecerme es identitario. Lo que soy incluye tomar las armas para defenderlo, y deriva en el lema que musicaron Astrud en forma de estribillo: “todo nos parece una mierda. Como ven, los argumentos que empuñan los artistas lacerados tienen el mango cambiado: los insultos no son el último recurso sino la respuesta primordial; la abstención no es una opción porque se percibe como una derrota. Y no era demasiado tiempo libre; es nuestro tiempo.