¿Hacia las tinieblas?
El hecho de que un pequeño aparato humano haya sido capaz de detectar el sonido del origen del universo –el soplo de Dios– es algo que me corta la respiración
. Amo poderosamente la ciencia. En mi imaginario, la astronomía o la física cuántica forman parte de lo mejor de la creación, al mismo nivel que la música, la poesía o la filosofía.
De hecho, me parece que es en esos ámbitos tan misteriosos y al mismo tiempo tan llenos de claridad donde se esconde la gran poesía del momento y donde se abren las puertas más luminosas hacia el conocimiento.
. Amo poderosamente la ciencia. En mi imaginario, la astronomía o la física cuántica forman parte de lo mejor de la creación, al mismo nivel que la música, la poesía o la filosofía.
De hecho, me parece que es en esos ámbitos tan misteriosos y al mismo tiempo tan llenos de claridad donde se esconde la gran poesía del momento y donde se abren las puertas más luminosas hacia el conocimiento.
Siempre me he considerado víctima de un sistema de enseñanza que divide artificiosamente las letras y las ciencias, obligándonos a elegir entre infinitas posibilidades igualmente apasionantes. Desde los 13 años fui a la fuerza una “chica de letras”, y lo poco que entiendo de esas materias asombrosas me lo he tenido que trabajar por mi cuenta. Casi a diario lamento no saber muchísimo más de estrellas enanas, protones o rocas basálticas. Pero aún lamento más el escaso interés de este país nuestro por la investigación.
No es nada nuevo, por supuesto. Mientras otras naciones iniciaban al menos desde el siglo XVIII el camino de la búsqueda del conocimiento sobre la materia, nosotros seguíamos atados a milagros, inquisiciones y almas en pena. Todavía en el siglo XX, la penuria y el éxodo de nuestros investigadores fueron paradigmáticos. En las últimas décadas creíamos haber superado esa vieja ignorancia y pensábamos que íbamos a conseguir equilibrarnos a ese respecto con los tiempos.
Pero los recortes envenenados se han llevado por delante muchas de las mejores cosas logradas en los años más recientes. Entre ellas, por supuesto, buena parte de los recursos disponibles para investigación científica, algo que ha vuelto a ser una entelequia en la España actual. Los científicos más jóvenes, los más valientes y mejor preparados, se van de nuevo al exilio, y los que se quedan luchan a brazo partido contra el desinterés de los gobernantes y quizá también de buena parte de los conciudadanos. Otra mancha más entre nuestras manchas incontables. Triste, y no sólo porque las carencias científicas dificultarán el desarrollo tecnológico, sino sobre todo porque una sociedad que no busca el conocimiento es una sociedad destinada a ser devorada por las tinieblas.
