domingo, 30 de noviembre de 2014

Entrevista a Brian Sokol, fotoperiodista que expone actualmente su obra : "THE MOST IMPORTANT THING"

Varias clases de 5ème y 3ème vamos a ir estos días a ver la exposición de Brian Sokol y a realizar un taller de reflexión sobre su obra. Os dejo el texto de la entrevista que se ha publicado hoy en La Contra de La Vanguardia:
Brian Sokol, escritor y fotoperiodista especializado en crisis humanitarias
"Desconocemos la maldad y la grandeza de nuestro corazón"
29/11/2014 - 00:00

Foto: Llibert Teixidó
Tengo 38 años. De Misuri, vivo en Katmandú, pero apenas paro.Me gradué en Washington en Comunicación Medioambiental.Los líderes del mundo no cubren las necesidades de las personas a las que representan. Hijo de judíos, mi espiritualidad está en las montañas
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Altura de miras
Nunca le han gustado las ciudades y su idiosincrasia. Ha buscado la belleza y el sentido en las montañas y se aventuró a estudiar en Nepal, luego la vida derivó y se convirtió en un fotoperiodista que trabaja con oenegés para documentar los problemas sociales del mundo. Cuando le pregunto qué es lo mejor que le ha pasado no duda: "Subir a los 17 años a un lago alpino. Fue un punto de inflexión, pasé de tener la sensación de que estamos aquí para pasar el rato a entender que merecía la pena". Exhibe su trabajo en CaixaForum, 24 testimonios, de los 50 millones de personas que han tenido que abandonar sus casas y vivir en campos de refugiados sine die.

¿Qué le duele?
Como fotoperiodista tiendo a ver los lugares más castigados del planeta, donde la corrupción de las élites políticas les lleva a abandonar al pueblo que les ha apoyado, y eso me parece totalmente inhumano.

Quizá la traición sea algo muy humano.
He vivido dos años en Sudán del Sur, donde millones de personas han muerto para poder alcanzar la libertad del país más joven del mundo; pero cuando el ejército asumió el poder, aprovechó todas las ocasiones para hacerse rico y abandonó a la población.

¿Cuál es su reflexión?
La traición la vemos en todos los países del mundo, ninguno se libra de la corrupción, pero en algunos es más salvaje. Sólo es una cuestión de escala.

Triste aprendizaje.
Somos capaces de cometer las atrocidades más increíbles y capaces de perdonar. La amplitud de nuestras acciones es mucho mayor de lo que habría imaginado antes de adentrarme en estos proyectos de crisis humanitaria. No quiero ni saber de lo que yo sería capaz en un momento dado. No conocemos nuestra maldad ni la grandeza de nuestro corazón.

Sus fotos sobre la miseria humana se admiran entre copas de champán.
El año pasado vivía en Nueva York. Vivir el contraste entre las colas de hambrientos de los campos de refugiados y las colas en un restaurante de moda de sushi en Nueva York era muy desconcertante.

Estamos llenos de contradicciones.
Cuando trabajaba exclusivamente para publicaciones periodísticas, mis fotografías sobre las violaciones de derechos humanos se publicaban junto a los anuncios de Rolex.

Ellos le pagaban el sueldo.
Hoy los presupuestos de la prensa son mi- núsculos y no lo invierten en contar de primera mano lo que ocurre en el mundo. La capacidad de llegar a lugares como los que yo he viajado corre a cargo de las oenegés.

Quizá tenga más sentido que el dinero para denunciar el hambre no salga de empresas que podrían acabar con el hambre.
Yo trabajo con Acnur y otras organizaciones humanitarias, y me gustaría pensar que compartir historias de personas genera un cierto grado de empatía, no entre ricos y pobres, sino de persona a persona.

¿Qué hace viviendo en Nepal?
Como fotoperiodista no tiene ningún sentido logístico. Pero tras vivir todas esas experiencias que cuestan tanto comprender, cuando vuelvo a Nepal tengo la sensación de seguridad, de pasear entre amigos. Y paso mucho tiempo en la montaña.

¿Se sube al Everest?
Sí. Yo era guarda forestal, guía de montaña, y llegué a la fotografía por casualidad.

Cuénteme su historia.
No era feliz en la llanura del medio oeste americano, así que decidí ir a por las montañas, que siempre me han salvado. Y como el francés era el único idioma que había estudiado, decidí irme a los Alpes, a la Universidad de Grenoble, pero el tutor se olvidó de enviar mi solicitud.

Y quedaban plazas para Nepal...
Sí, en un programa de intercambio. Llegué en 1997, al principio de la insurgencia. Viajé a pie por todo el país siguiendo las huellas de un zoólogo que 25 años atrás había estado buscando el leopardo de las nieves y que escribió un libro de su viaje. Yo seguí sus pasos con libro incluido. Era la idea de un chaval de 21 años sobre un libro.

¿Se publicó?
En la editorial de la Universidad de Wisconsin. Pero, después de aquel año, no volví a aclimatarme a la cultura americana. Después de licenciarme me convertí en guarda forestal, siempre al margen de la sociedad.

¿Y cómo se convirtió en fotógrafo?
Haciendo de guarda forestal me destrocé la espalda y me echaron. Pasé meses viviendo en el sofá de un amigo, hasta que otro amigo me propuso sustituir a un fotógrafo de un pequeño periódico de Nevada en el que él trabajaba, y allí me instalé.

¿Se quedó en Nevada?
Poco. Volví a Nepal y cubrí el alzamiento popular que acabó con la monarquía y llevó al poder a los maoístas.
Trabajé para France PresseThe Washington PostThe New York Times... Mi gran logro era hablar nepalí.

Es usted sincero.
Una semana antes de su independencia me fui a Sudán del Sur, cuando todos los corresponsales que llevaban años allí se fueron. Fui por amor, tras una chica que trabajaba en una misión de la ONU.

La suya es una historia curiosa.
Yo quería ser un fotógrafo tipo National Geographic, quería un poco de belleza para compensar el sufrimiento. Pero al final entendí que la belleza está en todas partes.

¿Incluidos los campos de refugiados?
Nunca he visto miradas tan sonrientes en Nueva York o en Barcelona como las que he visto en los campos de refugiados. Es una gran ironía: encontrar tanta felicidad y tanta belleza en lugares de penurias y sufrimiento, donde se ven las consecuencias de lo peor de la naturaleza humana.