sábado, 3 de noviembre de 2012

HABLAR Y ESCRIBIR


UNA SIMPLE PETICIÓN


Mi petición es simple, casi de perogrullo, y se formula de manera muy escueta:

por favor, enseñen a nuestros chicos a hablar y a escribir.

Maria Dueñas. La Vanguardia. Magazine 4-11-2012




Veinte años lidiando en las aulas me respaldan para poder justificar con criterio lo que pido. He sido profesora universitaria y, en paralelo, he realizado enseñanza de adultos y formación de profesores. He trabajado en el sistema español y en el norteamericano, he participado en proyectos educativos europeos y en programas de investigación e innovación docente. Soy además hija de maestra, mujer de catedrático y madre de estudiantes en dos niveles educativos distintos. Y cuando suplico que se esfuercen en potenciar las habilidades de expresión oral y escrita entre los alumnos, créanme que sé de lo que estoy hablando.





La capacidad de expresión es fundamental para ordenar el pensamiento, representar e interpretar la realidad, transmitir conocimientos, expresar vivencias, opiniones y emociones, estimular la reflexión crítica y justificar acciones, planteamientos y decisiones. Se trata de habilidades fundamentales para el desarrollo intelectual, contribuyen a desarrollar satisfactoriamente un buen número de funciones sociales, abren puertas al éxito profesional y ayudan a mantener, en definitiva, bien amueblada la cabeza.

Al igual que se hace en otros países que nos sacan tres pueblos en materia educativa, deberían ser desarrolladas de manera transversal por todos los estudiantes a lo largo de los cursos y las asignaturas, independientemente de sus intereses o sus trayectorias curriculares y sin ser consideradas erróneamente como patrimonio de los alumnos de letras o de los aspirantes a convertirse en comunicadores profesionales en alguna televisión.
 Padres, profesores, evaluadores externos… Todos somos conscientes de las graves carencias en materia de manejo lingüístico que muestran nuestros jóvenes, y no sólo en lo que respecta a faltas de ortografía o dificultades para realizar complejos análisis morfosintácticos: me refiero a la incapacidad de muchos de ellos para acometer tareas tan simples como ordenar armónicamente una secuencia de cuatro o cinco ideas o establecer relaciones lógicas de causa y efecto, de secuencia temporal, de contraste o de argumentación lógica. Para componer, en definitiva, un simple texto utilizando frases bien estructuradas y convenientemente engarzadas, mostrando una estructura coherente distribuida en párrafos cohesionados y haciendo uso de unas herramientas retóricas elementales.
Es fácil echar   la culpa de este panorama tan desolador a la perversa influencia de las nuevas tecnologías, a la mediocridad intelectual del ocio audiovisual, a la influencia del mal uso del lenguaje por parte de políticos y medios de comunicación, al apresuramiento y las limitaciones que estipulan las redes sociales o a la malévola Logse.

Pero ¿qué tal si dejamos de buscar culpables y proponemos soluciones? Quizá este sea el momento. Aunque, si empezamos por erradicar las lenguas clásicas del currículo, mal futuro llevamos, señor ministro…